viernes, 31 de agosto de 2007

PABLO GARCÍA, POETA


PABLO GARCÍA, POETA

Hace ya más de medio siglo atrás, cincuenta y cinco años más exactamente (1951) el escritor chileno, Pablo García Meguillanes publicó un poemario titulado El Estrellero Inútil, obra que no tuvo mayor repercusión en el ideario literario de aquel tiempo, pero que sin duda deja entrever algunos aspectos que el narrador consagraría más tarde en sus novelas, entre las cuales se cuentan; El tren que ahora se aleja, Los muchachos y el bar Pompeya, La noche devora al vagabundo, La tarde en que ardió la bahía, Jinete en la lluvia, entre otras.
García, más conocido por su faceta de prosista o cuentista (ver Los mejores cuentos de Pablo García, Editorial Zig Zag.) si es que a esta fecha alguien más lo recuerda, plasmó en su Estrellero Inútil, las angustias de un ser existencial, recordemos que por aquella época Camus publicó El Extranjero, situación no menor en las letras universales. Imbuido de una melancolía desgarradora, el poeta nos sitúa en el entorno de un ser consumido por la amargura, en donde el desencuentro amoroso y la soledad cobijan las blancas páginas que surgen de su desencantada pluma, pero esta necesidad de expresar su estado anímico no es sólo con un fin catártico, en ellas se experimenta la desolación del hombre puesto en medio de una sociedad que no muestra mayores salidas y en la cual la esperanza es un juego de palabras que pareciera ocultar un enorme vacío tras esa descolorida tinta que cubre la angustia, aquella angustia que sobrepasa los espacios del tiempo y que perdura hasta el día de hoy.
Es así como da inicio en su texto a Cinco relatos desvergonzados, en donde cada poema adquiere el tono de una historia circular, cruda y realista que nos sugiere el desdoblamiento de quien se observa y enuncia las miserias del contacto sexual, agónico, cansado, mortecino. El hablante es quien se muestra descarnado y carnal, desconsolado y suplicando el consuelo de quien seguramente no podrá comprenderlo jamás. Un hombre triste que asume su tristeza, que repara en el entorno insensible que conversa de negocios mientras el se enreda en su angustiosa soledad y en su profundo pesar.
Sincero y sensible cada palabra es la nota de un sistro melancólico. Retóricas preguntas que nos invaden en algún momento de nuestras vidas, que nos devanan el seso de aquello que pudo ser y que no fue.
Al igual que Leonidas Andreiev, cuando nos remece diciéndonos. “Buenos días a todos los cansados de la vida”, Pablo García nos sugiere: “Yo soy apenas un hombre cansado de vivir”. Qué fatal pero profunda afirmación de quien en aquel latente estado ve como se cierran las puertas y cuán solo se sumerge en un oscuro laberinto. Y es imposible que no nos llame la atención aquella forma narrativa de construir sus versos, con la clara y simple necesidad de expresarnos, con su estilo, aquello que desgrana su sentir.
En su segundo poema, titulado “Yo no puedo hacer el amor con veinte pesos”, se nos revela aquella voz erótica de quien sólo quiere gozar del momento abjurando de todo el entorno, de toda la hipocresía que merodea en las cabezas de quienes se piensan tan moralistas, y es que el hablante siente las culpas de una sociedad que vive entre este doble discurso, lo cual queda de manifiesto cuando leemos el siguiente pasaje: Yo no puedo hacer el amor con veinte pesos / y luego hablar de cosas dignas / Y decir: “amor mío te quiero”
Para esto el hablante nos sugiere que es necesario escuchar la canción del goce, del amor no mutilado, aquella que ya se ha liberado de los prejuicios externos y que no conducen nada más que a una pérdida del verdadero amor.
Luego el poeta se cuestiona el tiempo perdido en el inútil pensamiento, mientras alerta el amor espera, perdiendo tiempo en el tiempo, dejamos abiertos los sentidos para sumirnos en el toque de tenues y suaves caricias que nos da su palabra, en donde levemente flotan los crueles suspiros que atormentan al hablante. Entregado al trance de amar, quizás sólo en un momento eterno, que abre las puertas de una loca melancolía, su susurro envuelve los sentidos invitándonos a compartir, a dormir en el mismo lecho en donde luego del amor carnal crepita el fuego leve del cigarro que se consume. Poema oscuro, melancólico, gris, que concluye en el ensayo de un beso, mientras el poeta pierde el tiempo en largas divagaciones. ¿Qué más es todo esto? Sino un suspiro eterno, una agonía en donde el sufrimiento de quien siente y se duele en todo su ser nos proyecta el ensayo cotidiano de la vida. Sentido y sin sentido de lo que realmente somos. Capacidad de expresar lo que se piensa, lo que se siente, todo el instinto que nos arroba y nos hechiza.
Tañen las campanas, perdido está quien busca un norte, todo se torna caricia fugaz, próxima despedida, la síntesis de un viaje, el viaje de quien sabe que pronto ha de expirar, fenecer. Precariedad de la vida, inutilidad de vivir sin saber vivir. El ensayo cotidiano es la prueba fiel de que estamos siendo. De que debemos amar sin cuestionarnos en el momento que amamos, pero sabiendo que somos seres racionales, camino de contradicciones y de enfrentamientos, enfrentándonos con nuestra naturaleza, apurando los minutos del placer, para poder vivir verdaderamente, entregando cariño, sintiendo placer, viajando en medio de la geografía voluptuosa de la mujer, succionándonos, en el compromiso de la vida. Antes del pitazo del tren, en donde se anuncia el terrible doblar de las campanas.
Los cinco relatos desvergonzados, se cierran con el poema Cuántas veces cansado, amargado, olvidado de todos... en donde el poeta nos introduce en su entorno de oscura soledad, de aquella soledad en la cual más de alguna vez nos hemos sumido todos, sí, aquella en donde hemos perdido a la mujer que amamos y debemos de vivir un luto, fugaz o duradero, pero luto al fin y en donde debemos volver a nuestro rincón a reencontrarnos con la soledad de nuestros objetos que en algún minuto significaron parte de dos y que en el tránsito de la soledad, solo son un recuerdo para la borrachera cotidiana de la melancolía. Descripción de objetos, remembranzas, culpabilidad, lo difícil del silencio que nos acompaña. Estado eternamente triste que dura lo que dura el sentir en el alma, quizás eternamente y la clara euforia de no querer olvidar los recuerdos, porque el paso del tiempo demuestra cada vez más inclemente, nuestra naturaleza y las horas nos mutilan y nos desgastan como aquel tísico que echa afuera en oleadas de sangre sus pulmones, la rabia nos hace vomitar aquel dolor enorme que nos carcome por dentro y aquella soledad que solo se disipa sobre las carnes de la cortesana, de la emperatriz del placer, aquella que dicta nuevamente un trance en donde ciegos y locos erramos como penitentes, para saber que el corno lácteo del cual surge la vida lleva algo de nuestro ser, que se desmigaja en la soledad eterna de la mecánica de la naturaleza.

2 comentarios:

Hans dijo...

Quizás no sea yo el mas adecuado, en comentar las cualidades de mi Gran Abuelito Pablo García, muchos opinaran que se trata de algo imparcial pues es un familiar, pero la verdad de las cosas, es que era un escritor fantastico, veo los comentarios y creo que quizás muchas cosas adicionales se podrían agregar como por ejemplo su vocabulario literario, su pasión en los escritos y quizás algo que aun nadie se lo reconoce, El premio nacional de literatura aunque se un homenaje póstumo.
Quienes han tenido la dicha de leer a este gran escritor, tendrán siempre en sus memorias el recuerdo de haber leído una gran historia y de dejarse llevar por la narrativa imaginaria de mi gran Abuelito Pablo.
Tu nieto que te quiere mucho y que aun recuerda la gran persona que fuiste.
Hans Voss García.

snest dijo...

Así también lo creo, su abuelo es un escritor fantástico.El tren que ahora se aleja, Los muchachos y el bar Pompeya, La noche devora al vagabundo, El amor regresa en el otoño, Jinete en la lluvia así lo corroboran, coincido con ud. He tenido la dicha de leerlo,