viernes, 31 de agosto de 2007

SOMBRAS CONTRA EL MURO


SOMBRAS CONTRA EL MURO

Con esta novela, Manuel Rojas nos entrega un nuevo episodio y espacio en la vida de Aniceto Hevia, el hijo del Gallego. El hijo de ladrón.
La novela parte cuando Aniceto, se encuentra trabajando como ayudante de un pintor anarquista español, quien en su fuero más íntimo pensaba que el esperanto debía ser el idioma que unificara al mundo. “Esperanto está idiomo internacia”.
De ahí en adelante, una serie de sucesos significativos irán estructurando y construyendo el bagaje de experiencias del cual se nutrirá el protagonista. Todo su deambular, su vagabundaje, resulta ser tan similar como el de aquel que llegó a ser un paradigma para aquellos anarquistas de comienzos del siglo veinte, Máximo Gorki. La procesión de Aniceto es un camino de aprendizaje, se podría decir que de humanización, ya que ante él, se presentan dos caminos y aquello resulta ser la constante de la novela, la moral que el protagonista deberá hacer parte de sí para diferenciar, optar y así poder ser un hombre íntegro. En esto me permito hacer hincapié, ya que la dinámica de los acontecimientos que se relató en Hijo de Ladrón, en la cual Aniceto debía cargar con el peso de un apellido, que era el de un delincuente y el hecho de intentar demostrar por medio de su accionar que no por ello, él estaba condicionado y condenado a ser lo mismo.
El cuestionamiento es recurrente en el protagonista, ideas que fluyen por su cabeza, observa, escucha, viaja de aquí para allá, siempre con hambre, recuerda a Cristian que ha muerto, y a quien encuentran en la morgue. Surge dentro de los anarquistas uno en particular, que podríamos decir es, junto con Aniceto, uno de los pilares que sostienen la obra, es Alberto, un anarquista individualista, de aquellos de acción directa, que más que pensar en la propaganda sólo piensa en vivir y vestir mejor. Aniceto desarrolla un análisis mostrando aquella delgada línea en la cual se podía llegar a ser un idealista comprometido o sólo un delincuente.
Es el tiempo de la efervescencia social, de los mítines universitarios y obreros. Se menciona al poeta cohete Daniel, que no es otro más que José Domingo Gómez Rojas, así también atraviesan por la obra algunos personajes con sus anécdotas y que son dignos de destacar, como Gutiérrez, el aprendiz de intelectual que, con ojo escrutador, en él podríamos reconocer al novelista José Santos González Vera. El narrador nos pone en cierta situación en la cual ambos hambrientos conversaban en la oscuridad de un conventillo, Gutiérrez dado a la lucubración le comenta a Aniceto sus orígenes, su vida, proyectos y esperanzas, Aniceto mientras tanto va extrayendo de un saco unas bolitas que se comienza a echar a la boca por un gran lapso de tiempo, comió de ellas sin ser sorprendido por su nuevo amigo, a quien no le ofreció, luego de un tiempo le menciona su hallazgo y el aprendiz de intelectual le hace notar que aquello que se estaba echando a la boca era luche, un tipo de alga con el cual se acompañaban algunas comidas marinas típicas de la zona y que él despreciaba.
Otro de los aspectos dignos de mencionar es el de los oficios planteados por el narrador, en la novela pasan algunos maestros, oficiales y aprendices denotando orgullo y conocimiento en torno a sus cualidades: peluqueros, lustradores, zapateros, pintores de brocha gorda, oradores, quienes en el mayor de los casos hacían gala de erudición y sabiduría en el Centro de Estudios Sociales Francisco Ferrer, sí, aquel Francisco Ferrer de la escuela moderna. El tema de los oficios resulta importante dentro de la cuestión social, ya que el grupo de obreros en aquel tiempo resultaba ser más organizado, solidario y preocupado por el devenir del hombre explotado. La unidad de aquel tiempo en sindicatos y federaciones tenía fuerza y valor, y carecía de miedo, lo cual impregnaba dentro de sus organizaciones una mayor conciencia de clase y un mayor espíritu de lucha..
Personajes como el Chambeco, Voltaire, el doctor Juan de ascendencia italiana, aquel hombre de una bonhominia altruista y que refleja en sí la figura del doctor Juan Gandulfo, amigo y compañero del escritor Manuel Rojas son dignas de poner atención y
de ser rescatadas como un medio de reconocimiento a la obra de este último.
Volviendo a la figura de Alberto, aquel ser que denotaba en Aniceto un cierto misterio y admiración, quizás un poco por cargar en su cuerpo una Colt del 12, a la usanza de los expropiadores franceses o argentinos, éste era el prototipo de hombre que representaba aquel resentimiento y que fue cautivado por el deseo de vestir y vivir a cuerpo de rey. No gustaba del trabajo, sólo servía de modelo a pintores y robaba, era en el fondo un ladrón de poca monta que al final asesina y se ve obligado a alejarse y a rehuir de la justicia, así como de sus amigos.
Este tema, discutido dentro del anarquismo sobre la violencia, es puesto en el tapete en esta obra, de seguro para quien lee la obra como un lector ingenuo resultará atrayente, ya que en el mayor de los casos uno se muestra siempre a favor del bandido, del perseguido, pero es necesario volver a poner en realce aquel tema de discusión para así poder nutrir y dar una visión coherente y lógica de los mecanismos a través de los cuales se maneja o se ha manejado el anarquismo. Sin llegar en este punto a negarlo o aprobarlo, sólo dando así como nuestro narrador un pie para generar la discusión.
En el texto surgen también situaciones anecdóticas como aquel momento en que Aniceto es tomado preso con su amigo Manuel por estar jugando con una piedra en una plaza, son llevados a la comisaría y pasados a un calabozo por desórdenes a la propiedad pública, cosa que nunca fue tal.
Allí, dentro del calabozo, el narrador nos expone una situación irrisoria, la llegada de un borracho, quien pedía cervezas al guardia y puteaba a medio mundo sin dejar dormir a nadie. El amigo de Aniceto al ver que el borracho llevaba un sombrero y no se dejaba de decir estupideces, va y se lo enfunda hasta la boca, hecho que causó la risa de todos los reclusos, pero a la mañana siguiente vendría la venganza, cuando el borracho se sentaría a defecar en el escusado del calabozo. El hedor que inundó el lugar se hizo insoportable, y luego de gritos y quejas por parte del resto de los reclusos el beodo fue puesto en libertad, al rato se fueron Aniceto y Manuel, no sin antes tocar su parte y conversar con el juez.
Así también, resultan interesantes las hojas que dedica Manuel Rojas sobre aquel anarquista francés, René, quien ejecutó el primer robo de una obra de arte en el Museo Nacional de Bellas Artes, al extraer con total sutileza un original de Velásquez, la necesidad, el hambre el hecho de mantener una familia, la inopia, en fin razones sobran. Todo aquello quizás lleven al ser humano a deambular por aquellos lugares que entregan una pequeña tranquilidad, un pequeño alivio, pero viene el cuestionamiento, aquella situación en la cual el ser se pregunta ¿y a quién venderle esto?, no faltará el comprador de arte, lo cual podría significar que se estaría privando a una comunidad de aquella obra. René, se da un gusto, y en su fineza opta por devolver la obra. Tal experiencia devela un hecho, pero más aún una dignidad y un deseo de entregar a todos lo que no es de nadie en particular. Esa es la enseñanza.
Otro suceso anecdótico es el de una conversación con otros anarquistas que llegaban al movimiento o al Centro de Estudios Sociales sin saber como (vengo a buscar a tal o cual) e inmediatamente eran hechos compañeros, así nutridos sólo del deseo, muchos anarquistas sin tener una base sólida y procurados sólo de una buena voluntad y de un deseo de solidaridad llegaron a bautizar a sus hijos como Bakunin de las Mercedes o Tigre de la Revolución, hecho que causa gracia y a la vez una profunda preocupación.
Así construye Manuel Rojas su obra, con todas esas características que nos muestran en gran medida como se desarrolló un proceso constructivo e histórico de nuestra realidad social y que, sin duda, es nuestro deber rescatar y mejorar, si tomamos esta obra como estudio de una situación que podría ser mejor.
Ahora bien, la obra tiene en sí una rica gama de personajes, anécdotas y aprendizajes que para todo aquel que sienta la “idea” y aquel deseo de construir una sociedad libre y sin prejuicios es de vital importancia.
Uno de los aspectos poco analizados por escritores chilenos sobre la obra de Manuel Rojas ha sido el del humor, (no así en el caso de González Vera, de quien Enrique Espinoza publicó un texto de estudio sobre este tema*) ya que dentro de la idiosincrasia de esta tierra navegan grandes y muchas veces poco estudiados escritores chilenos.
Ver:
Espinoza, Enrique, González Vera, Un clásico del Humor, Editorial Ercilla 1986, Santiago, Chile.
Alegría, Fernando, Las Fronteras del Realismo, Literatura chilena del siglo XX, Empresa editorial Zig-Zag, 1964,Santiago, Chile.
Rojas, Manuel, Sombras contra el Muro, Empresa editorial Zig-Zag, 1964, Santiago, Chile.

1 comentario:

rick dijo...

Vale. Un resumen util, sobre todo porque el libro está difícil de hallar!