jueves, 19 de abril de 2007

BUSCANDO AL GUARDIAN PERDIDO ENTRE EL CENTENO




¡Maldito dinero! Siempre acaba amargándole a uno la vida!


Fue por octubre o noviembre del 2005, que mi único amigo me recomendó la lectura de El Guardián entre el Centeno, de Salinger. Inclusive, me facilitó la novela, sin temor a verla por última vez (no porque no la quisiera, sino porque era pirateada) Ahí quedó, en los anaqueles de la biblioteca, empolvándose. Pasaron los meses, me enemisté con mi amigo, por el mes de agosto del 2006. Aún no volvemos a hablarnos. Qué vientos le correrán, no lo sé. Lo que sí sé es que hace un par de semanas atrás, me dediqué a buscar el libro en cuestión, no lo encontré. Vino el tan esperado cambio de casa. Hacer cajas con libros, sellar, abrir, ordenar, etc, etc, etc. El famoso libro no aparecía, no aparecía y no aparecía. Menos mal que ya no me pedirá su libro el pichón de poeta, porque jamás apareció. No hubo caso. Se perdió como se pierde un indigente en una sociedad vertiginosa y terriblemente poblada. Oleada, tras oleada hasta que todo se cubre de olvido. Será que fue descuido, será que fue desinterés, no lo sé, pero como decía anteriormente, en aquel momento mientras lo buscaba me surgió repentinamente el interés de leer el maldito libro. Era como una maldición, como un amor desesperado y no correspondido. Al no poder encontrarlo, me vi en la necesidad de salir a comprarlo, y qué mejor que esperar el fin de semana y adquirirlo en la feria persa. Revolví toda la casa un miércoles, el jueves la ansiedad me fulminaba, el viernes ya no me quedaban uñas esperando el sábado. Soy un pobre diablo obsesivo y lo acepto. No es falsa mi tensión cuando digo que algo dentro de mí se apodera del poco buen juicio que poseo. Por fin llegó el sábado, la noche anterior casi no pude pegar un ojo, parecía uno de estos mocosos que viajan por primera vez de paseo a algún sitio.
Sé muy bien que adquirir un libro en estas ferias ya no es como antes, cuando podías conseguir buenas novelas por una moneda. Ahora el cuento es distinto, parecen verdaderos especialistas quienes te venden un libro, cualquiera, te señalan que el libro que tienes en tus manos es la mejor novela, que ya casi no lo encuentras en ningún sitio, que por eso el precio, que está descontinuado, que es décima o primera edición, que fue candidato al premio no sé qué y toda sarta de estupideces para darle mayor valor a aquello por lo que ellos pagaron la misma mísera moneda que antiguamente se pagaba por aquellos libros. Verdaderos mercachifles, que disfrutaban su ruedo intelectual, snob, pero qué diablos, me encontraba sin salida, así que pregunté a todos los viejos. Agotado, no lo tengo, vuelva el próximo sábado, lo tenía, no me ha llegado, va a pasar más tarde, etc. Ya me estaba haciendo falta un refresco y mis pies se estaban acalambrando, me pasee por todos los lugares y finalmente lo encontré, barato y créanlo o no en versión original.
La verdad no sé si tenga demasiado sentido el preámbulo que he señalado, ha de ser quizás una digresión como aquella que señalaba Holden a su ex maestro de Literatura Antolini, sobre un compañero que comenzaba un tema y estaba hablando algunos minutos sobre éste para terminar refiriéndose a otro muy distinto. En fin, la cuestión es que al llegar a casa me senté a leer y al comienzo no me pareció nada espectacular, pero poco a poco me fui introduciendo en la vida de este joven que parecía tenía más suspicacias que profesor municipal. Holden Caufield es un muchacho que ha sido expulsado de su colegio por no mostrar demasiado interés frente a sus actividades académicas en Pencey el colegio al cual asistía. Esta es una novela de aventuras, de viaje, el viaje de un héroe adolescente que se cuestiona ante la hipocresía de un medio lleno de valores trastrocados que lo hacen divagar ante cualquier situación o realidad que observa. Así su periplo se va construyendo y comenzamos a reconstruir ante un narrador protagonista que pese a sus cortos años nos muestra de una manera corrosiva y cáustica el entorno neoyorquino al cual pertenece: hipocresía, homosexualismo, prostitutas, recuerdos de un hermano ya fallecido, extremo cariño por su pequeña hermana Phoebe, crítica a su hermano escritor que se ha vendido al sistema y al medio de un Hollywood, que lo prostituye. Todo un amplio espectro en la fauna de una sociedad que permanece rancia hasta el día de hoy. Cosa curiosa, el joven protagonista odia febrilmente el cine, pero su prosa es digna de un guión cinematográfico que por momentos nos recuerda The Citizen Kane, en ese entorno sumido de recuerdos que nunca volverán, pero que se perpetúan en la memoria de quien los ha vivido. La sátira que desarrolla Holden frente al sistema educacional nos trae al tapete toda la discusión que hoy en día se ha generado por lar revuelta que han experimentado los estudiantes secundarios, así que nada más atingente esta enorme novela creada por J. D. Salinger, quien dicho sea de paso supo plasmar una verdad con parámetros clásicos o bien universales. Todo vuelve a lo mismo, todos los temas surgidos en estas páginas nos vuelven a cuestionarnos sobre el medio en el cual nos vemos insertos, aunque de una manera distante del mismo modo que el narrador, sabiendo que la cuestión es más que podredumbre, pero aparentemente sin poder revertirla, pese a la clara intención del mismo protagonista por no olvidar y dejar esta seguidilla de sucesos que nos permiten estar alertas frente a la gran maraña de un sistema que ha perdido su norte, en donde las apariencias cuentan más que aquello que verdaderamente se es. Lo superfluo se ha antepuesto a la verdadera razón, a los verdaderos valores, una familia que prácticamente es sólo circunstancial, un amasijo de profesores o educadores que francamente han perdido las directrices, etc.
Ahora bien, la novela en sí nos recuerda aquellos contextos mencionados por Auster en El país de las últimas cosas, las descripciones del Central Park, el gusto por la literatura y la belleza que se puede arrancar de las palabras, resulta poético y significativo el episodio del guante de béisbol del hermano muerto, situación que puede ser la hipótesis para el desenvolvimiento del chico en toda la novela y el cariño que demuestra por su pequeña hermana. Asimismo, asistimos al ensayo propio de una vida que busca su propio camino en el deambular de los días previos a la navidad.
El humorismo dentro de la novela es uno de los temas centrales y que por momentos señala el narrador para mantenernos en el más ameno de los estados, nos desternillamos a mandíbula batiente con sus pesadeces, con su humor negro, con sus reiteradas ironías sin dejar a nadie de lado. El muchacho es entre sus acciones y reacciones el joven que siempre está alerta y que debe de algún modo mostrar la rudeza, ya sea en sus palabras o acciones, muchas de ellas impulsadas por el instinto irreflexivo, para llegar a decirnos cuídado, debes ser fuerte para no caer víctimizado en medio de este miasma en donde la corrosiva sociedad puede hacerte desaparecer. Este escudo de aparente individualidad, no es más que el desamparo en el cual se ve inmerso el protagonista quien poco a poco nos prueba la más noble humanidad que lo mueve, pues para él lo más preciado o lo que más le gustaría ser es el guardián entre el centeno, aquel que cuida a los pequeños para que no caigan al abismo, siempre alerta en medio de la ronda que puede significar el tiovivo de la sociedad, que gira y gira en la turbia e innecesaria razón de los valores que degradan a los que vivimos presa de lo que realmente se nos ha entregado.
Pareciera que el tiempo sepulta a algunos escritores, pareciera sencillo escribir, dejar fluir la pluma, entregar como el hermano de Holden un guión barato para ser representado en la próxima película de moda, pero lo cierto es que son pocas las obras, sí, aquellas que de verdad se sostienen en el tiempo y que nos dan una luz entre el ciego mundo que está en el día a día, la verdadera razón para algunos es sumirse en lo que se desea, sin mirar más allá de lo que se tiene o que se quiere, sin precisar de alguna búsqueda constante de una meta inalcanzable que es el verdadero motor de lo que somos. No de aquel encuentro simple en donde se coronan los abogados, los profetas o literatos que se duermen en el voladero de los destellos que provoca su obra. Es más, es el deseo de estar en la constante búsqueda en el ensayo sin fin para iluminar los oscuros espacios en donde aquella luz sólo llega por los delgados hilillos de obras que parecen perdidas, extraviadas en el tiempo, para que sin más en el momento preciso podamos descubrirlas y sepamos extraer aquello que en ella se nos presenta como en un cristal que por momentos parece enceguecernos con toda la belleza y la sencilla misión de aquellos que no se han puesto más misión que abrir un poco más nuestro adormecido y obstruido entendimiento.
No todo es rutina, no todos se desperezan de la misma manera, menos aún los que parecemos andar con pasos de ciegos buscando aquellos pequeños tesoros que siempre están en las mínimas grandes cosas, como puede ser la lectura de esta novela. Salinger nos ha dejado esta novela que causó polémica y controversia en su tiempo, al presentar la verdadera cara de una sociedad, esa que muestra el vacío que nos inunda, vacío que solo se puede llenar volcándonos en no dejar que aquel ¡Maldito dinero! Siempre acabe amargándole a uno la vida!
Ahora es tiempo de reencontrar aquello que hemos perdido, y dejar de ser la miseria que se nos exige que seamos, embrutecidos, enceguecidos, semi esclavos o esclavos de un mundo que no hemos elegido y que no deseamos que así sea. El lector tiene la palabra, que juzgue el lector.

JORGE TEILLIER Y LA PROXIMIDAD EN SUS LECTORES


JORGE TEILLIER Y LA PROXIMIDAD EN SUS LECTORES

El poeta no se propone ser un personaje privilegiado dentro de las letras, es por ello que la más de las veces se ampara y se oculta en un lugar casi inaccesible, lo cual no significa que no lleve una vida como cualquier otro individuo común y corriente que deambula por las calles sin aspiraciones de trascendencia y menos, sintiéndose profeta de la humanidad, pretendiendo salvarla de la lenta o vertiginosa realidad que le depara esa misma cotidianeidad que él embellece, realza o simplemente proyecta.
El poeta sólo intenta expresar una posible realidad, la cual no es, pero que podría ser y que se sustenta en una actitud vital, que la vorágine pareciera no percibir o peor aún, negar. Dentro de esta posible y necesaria actitud frente a la vida, el poeta se presenta como el artífice de un espacio que no tiene espacio en este espacio, pero que fuera de toda duda debiera ser, es por ello que su necesidad prioritaria es la CREACIÓN, cuando comprendemos que el término creación implica hacer, nos damos cuenta que aquellas palabras reflejan una realidad que espera ser descubierta por muchos o por pocos. Es por ello que la comunión, aquel momento en donde el mensaje entra en contacto con el lector de la obra poética se torna una verdad, un especial vínculo que aflora entre lector y poema que muchas veces pareciera que quien lee, sintiera que aquello que sus ojos y labios van siguiendo con curso natural pareciera que fuese un Deyavou. Es el momento en el cual sentimos o pensamos que un poema, un verso, una estrofa, una entonación nos interpreta como si nosotros mismos lo hubiésemos escrito, o más simplemente, como que algo dentro de esto que no necesariamente sea un hecho, forme parte de nuestro contexto o lo haya sido en algún momento, o pudiera serlo.
El nexo se produce por la complicidad que surge entre la obra y el lector y como es sabido, una cosa lleva a la otra y saz, no nos damos cuenta cuando ya entramos de lleno en el mágico mundo de las palabras, que representan esa actitud vital, que sostiene y mejora la vida, esa vida que antes fue cotidiana rutina.
Así, dejamos que aquellas palabras penetren en nuestro universo, nos enriquezcan y nos cobijen de aquel desamparo, llenando nuestras carencias, enseñándonos a vivir y a percibir el mundo dentro de un nuevo espacio.
La tarea de Teillier parece ser la de un ser preocupado, que no se duerme en los laureles de la obra escrita, sino que se logra introducir en la esencia de aquella palabra que surge como un rayo incesante que por momentos pareciera fulminar la impresión de quien logra capturar aquella esencia, que fugaz, pareciera perdurar eternamente en los más condensados y sencillos versos que caen y crepitan en la conciencia atropelladamente, ordenándose para ser prontamente parte de un juego que se encabrita hacia los lugares más recónditos del pensamiento de quien los hace suyos.
Cada una de aquellas sensaciones y percepciones del poeta revisten un cuerpo que se nutre de historia, de recuerdos, de reminiscencias que pronto afloran y dan vida en el interior de su receptor. Una, dos o varias lecturas nos hacen retroceder en nuestra historia, viajar a nuestra infancia, redescubrir las viejas lecturas, pensar una y otra vez en aquello que el verbo o la palabra encierra, como un juego en donde se concentra un laberinto del cual ya no se puede salir. Laberinto hermoso. Caleidoscopio. La lectura es parte de este mágico mundo, en donde nos arrellanamos y solazamos para descubrir aquello que el tiempo no nos dejó descubrir o que simplemente se cobijó en nosotros y que lentamente fuimos perdiendo por la razón involuntaria de seguir existiendo. He ahí la labor del poeta. Darnos las claves para poder hacer el alto en el camino y como decía Drummond de Andrade, aquella piedra con la cual uno se tropieza en el camino. Sí, en el camino de quien lee. En el camino de quien se siente cercano a aquel mundo en donde se puede salvaguardar un mundo mejor que este mundo, un mundo de espacios pretéritos, futuros que es nuestra necesidad de ir construyendo en cada lectura, en cada conversación, en cada recuerdo, en cada mirada hacia la infancia, para revivir la memoria colectiva o particular de todo aquel quien se siente llamado a vivir la vida de un modo completo, bello y perdurable. Sobre todo en este tiempo en donde nos replegamos en nosotros mismos, en donde nos alienamos y consumimos en la inconsciencia absurda del querer tener, de la cosificación. El poeta abre su ventana, muestra su visión de mundo. Pareciera que algunos, los profetas, los dueños del medio apuraran los fermentos repulsivos que el entorno nos ordena y absorbe sin tener reparo alguno, apremiando a los que repentinamente tienen ciertos atisbos de conciencia, degradándolos, mostrando el rostro más turbio de la naturaleza de quien escribe, tildando al poeta de iluso, idealista, maldito o borracho.
Para aquellos que no han sabido buscar las claves de una vida sincera resulta sencillo arrojar las pedradas, resulta fácil denostar o llenar de prejuicios a aquel que opta y hace su elección por el camino más difícil, aquel en donde el individuo se proyecta solitario o marginado del sistema mismo en el cual se desenvuelve.
Si dejáramos de lado todos estos prejuicios, quizás podríamos degustar con mayor pasión aquello que esconden las palabras, aquellos sabrosos panes que nos entrega, quien se concentra o se inspira para que nuestra realidad sea más soportable o posea el sentido de la belleza y felicidad que tanto nos hace falta por estos días. No puede ser más verdadero aquello de buscar la belleza en las sencillas palabras de un poeta inspirado, aquel que se contenta haciendo relucir el brillo de las palabras que el tiempo ha horadado para darles nueva vida, en la evolución de esta sociedad que cada día involuciona más y más, de seguro no es tarea fácil encontrar en estos momentos el instante adecuado para beber y libar la ambrosía de las letras que nos pueda procurar un libro.
Teillier nos dejó un legado, del cual muchos quisieron hacer la vista gorda, pero así como ellos también existen otros que intentamos salvaguardar aquella memoria que tanto nos procuró y lo cierto es que en cada rincón se oculta la verdad, aquella que respiramos, que experimentamos y que es tarea de todo poeta o no poeta expresar para que el tiempo y la bellaza de esta vida junto a toda su experiencia no haya sido en vano.

miércoles, 11 de abril de 2007

RETAZOS DE LA VIDA DE FRANCISCO PEZOA



Poco o nada se conoce hoy en día de este escritor. Quizás, la prensa oficialista y anquilosada de esta “Patria”, con el deseo de sepultar en el olvido a aquellos hombres que han luchado por las reivindicaciones de los trabajadores, haya pensado que su cometido diera los frutos que algún día se propuso. Pero lo cierto es que aquella semilla libertaria que un día sembrara éste y muchos otros escritores, hoy vuelve a germinar.

Francisco Pezoa, nació en 1885, en Santiago. De él se señala que era un hombre muy instruido, de temperamento dócil, con quienes compartían sus inquietudes e ideales, siempre llano a ayudar al obrero o al paria desprotegido, y el más encarnizado y fiero en sus invectivas cuando se enfrentaba ante los poderosos explotadores. Colaboró con la prensa anarquista del norte y centro del país, fue un orador agudo e inteligente, manejaba al revés y al derecho la información en torno a escritores, luchas sociales y huelgas en todo el mundo. Su claridad mental y la profusión de su lenguaje son recordadas en la revista Selva Lírica, en donde se hace un compendio de aquellos escritores ácratas de comienzos del siglo veinte. Quizás uno de quienes más se haya ocupado sobre la personalidad de Francisco Pezoa sea el escritor chileno Manuel Rojas, quien se encargó de darnos noticias de este poco conocido autor que vivió todos los conflictos sociales de la primera década del siglo XX. Sumido casi en un misterio y por el paso de los años, que intentó procurar un manto de olvido sobre su memoria, Pezoa ha trascendido por aquellos cuartetos del “Canto a la Pampa”, texto compuesto sobre la base de la melodía del tema “Ausencia”(dicho tema, hablaba sobre amores no correspondidos) y que el poeta Pezoa supo infundir en aquella melodía el peso de versos que vindicaban a la clase trabajadora. Dicha composición se hizo conocida en todas las salitreras del norte chileno e inclusive trascendió las fronteras para ser entonada como un himno de la clase trabajadora en todo el continente latinoamericano. Aquel misterio que se cierne sobre la personalidad de este escritor puede desbrozarse en parte gracias a una narración de Rojas, quien en su texto “Volvamos al Folletín” intenta danos a conocer algunas características de este escritor. En este artículo, el autor de El Bonete Maulino nos dice: “Pezoa era hijo de una señora muy humilde y tenía un hermano suplementero. Cuando la madre vio que su hijo se dedicaba a lecturas y a escribir, procuró ponerse a su altura, y a veces, en tanto Pezoa, en su pieza del conventillo, con gran incomodidad, escribía o leía algo, la madre, que como otras mujeres pobres (y aun ricas), no tenía con quien conversar sobre altos problemas...” Para nadie es un misterio que la mayor parte de estos trabajadores era de formación autodidacta. Debemos recordar que por aquel entonces la clase trabajadora llena de aquella esperanza libertaria, anhelaba la “Revolución Social” para redimir a los parias y desheredados del pueblo. Pezoa vivió en aquel periodo en donde la efervescencia social era un bálsamo vivificador para todos aquellos trabajadores que veían en la “idea” un alero para construir la sociedad futura. Su vida de conventillo, le dejaba gran tiempo para dedicar a la lectura, fue así como se cultivó en todos los temas que tenían relación con los derechos de la clase trabajadora, Colectivismo, cooperativismo, mutualismo, etc. Pezoa era uno de aquellos vastos conocedores, que dejaba asombrados a sus interlocutores. De su formación política Manuel Rojas nos habla ”No sé cómo se acercó al movimiento obrero y se hizo socialista, aunque mejor sería decir que se hizo cooperativista, por lo menos teórico. Leyó una enormidad de libros y estudió francés e italiano, llegando a dominar por lo menos el primero de esos idiomas. Daba conferencias sobre cooperativismo y discutía en público, siempre con gran ecuanimidad, sobre todas las teorías sociológicas, y escribía muy bien, teniendo además un gran sentido de lo humorístico” Muchos se habrán preguntado cómo aquel hijo de mujer humilde pudo lograr asimilar y coordinar tanto conocimiento. Es por esta razón que el autor de “Canto a la Pampa” era invitado a meeting en donde debía pronunciarse para arengar a las masas obreras, fue invitado a sindicatos con el propósito de redactar pliegos de peticiones, los cuales redactó y firmó, éstos reivindicaban a los trabajadores, generando así un crisol de esperanza en aquellos que miraban desde un estrato inferior a sus patrones, dignificando a los proletarios. Pezoa supo infundir y orientar a la clase trabajadora. Es así como lo vemos en las salitreras del norte, escribiendo en periódicos de tendencias libertarias. Sabido es que su filiación anarquista lo mantuvo siempre en un estado de constante oprobio hacia los explotadores que se ocupaban de esquilmar a los obreros. El látigo de sus palabras era inmisericorde con aquellos que detentaban el poder, con los explotadores y abusadores oligarcas que no veían en los trabajadores más que a bestias de carga. Sin embargo, Pezoa era un compañero fiel con su camarada trabajador, siempre al lado de aquel obrero que sufrió los avatares infames de quienes fustigaban con su látigo a los parias del pueblo. Un artículo aparecido en el diario El Mercurio de Antofagasta con fecha 2 de junio de 1984, escrito por Jorge Peralta H, y que lleva por título “Francisco Pezoa, Poeta Popular”, describe al escritor como un hombre regordete, de baja estatura, inseparable de su cigarro, además de simpático y que siempre respondió con una sonrisa ante lo bueno o lo malo que el destino solía presentarle. Francisco Pezoa, al igual que otros poetas populares, lleno de entusiasmo aventurero, (tal vez infundido al igual que en González Vera por la lectura de los rusos, en especial Gorki, (el amargo) viajó al norte empujado por el deseo de reivindicar a la clase obrera, y al ver las injusticias que se cometían se hizo anarquista, pero no un anarquista cualquiera, porque sabía de lo que estaba hablando con precisión de fechas, lugares y hechos. “Pancho”, como era llamado por sus iguales, entre los cuales se encontraban Manuel Rojas, González Vera, Lombardozzi y ese magnífico poeta que fue José Domingo Gómez Rojas autor de Miserere, acostumbraba reunirse con ellos y con otros contertulios para platicar, con gran dominio de conocimiento, especialmente sobre la pampa trágica y sangrienta ( recordemos la matanza de los obreros en la Escuela Santa María de Iquique,1907). Este evento de gran magnitud marcará profundamente la vida de Pezoa. La escuela Santa María de Iquique vivió por aquel entonces uno de los episodios más crudos en la historia del las grandes masacres, más de tres mil personas asesinadas sólo por exigir sus derechos y mejoras en cuanto a sus condiciones miserables de vida. Antes de la masacre, en 1905, Pezoa publicó “Canción del Desterrado” en el periódico La Agitación, periódico anarquista, órgano de un grupo libertario. “La Agitación” que a la postre no resultó ser otra cosa que el mismo antiguo grupo “Luz y Libertad”, creador de “El Obrero Libre. Es de suponer que Pezoa colaboraba asiduamente con los obreros del norte y que mantenía un estrecho vínculo con los dirigentes y responsables de dichas publicaciones. Muy pocos datos precisos se tienen sobre la vida de este escritor, con respecto a su fecha de nacimiento, la revista Selva Lírica, Estudio sobre los poetas chilenos nos entrega una breve semblanza, en la sección Poetas Acráticos, sobre este poeta popular nos señala: “N. en el año 1885. Es el más representativo de nuestros poetas acráticos contemporáneos. Desde hace quince años ha tomado parte activa en el movimiento social de este país. Es un ácrata tratable. Y también un bohemio que tiene sobrado talento para señorearse en los barrios sub-urbanos. Se preocupa grandemente de su cultura, la que, dada su condición de proletario, es enorme. Traduce del francés, inglés e italiano. Ha estudiado a fondo la ciencia sociológica y los más importantes movimientos obreros habidos en Europa y América. Es autor de más de trescientos manifiestos y proclamas. En Ateneos y Centros Obreros ha dado centenares de conferencias acerca de las más variadas materias relacionadas con el mejoramiento moral y económico del Pueblo.” Debemos tener presente que a la fecha de ser publicada la Revista Selva Lírica, en 1917 nuestro poeta ya contaba con treinta y dos años de edad. No debemos olvidar que el año de dicha publicación fue simbólico, pues en Rusia estalló la Revolución de Octubre, es así como gran número de intelectuales ven con agrado la asunción Bolchevique al poder. Los Soviets de la clase trabajadora, el gobierno del pueblo por el pueblo. Sin embargo, serán los anarquistas quienes se mantendrán distantes y desconfiados. Posteriormente se les dará la razón, así lo confirma la masacre de los marinos de Krondstand y la traición de los Bolcheviques a Nestor Majno dejándolo solo, ya que su visión antiautoritaria no coincidía con la visión paternalista de los Bolcheviques. Resulta un tanto difícil intentar reconstruir una historia, con todos los sucesos y acontecimientos que se llevaron a cabo en nuestro país y en donde se incubaba el fermento del descontento social. Ahí debió haberse encontrado Francisco Pezoa. En alguna novela de Manuel Rojas podemos encontrar ciertos datos que se confunden con la novelada vida de este escritor. Es así como en “La oscura vida radiante” y en “Cuando era muchacho” de José Santos González Vera se nos entregan algunos datos que vienen a contribuir en parte con este rompecabezas que resulta ser la vida de este hombre, que ha sido olvidado durante largas décadas. Tanto González Vera como Rojas presenciaron y fueron parte de la evolución intelectual que se desarrollaba en Chile. Aquella fue la denominada generación del 20, que dio a luz e hizo conocidos a múltiples hombres de letras y de ciencia, entre ellos Santiago Labarca, los hermanos Gandulfo, los ya mencionados Rojas y González Vera y ese gran poeta que fue José Domingo Gómez Rojas, muerto en su lozanía en el manicomio producto de las torturas y de la desesperación. No olvidemos que a fines del s. XIX o comienzos del s. XX el abogado, poeta, dramaturgo y pensador anarquista Pietro Gori visitó Chile, dando conferencias que ayudaron a incrementar el entusiasmo por parte de los trabajadores que escuchaban a este iluminado, que con su verbo encendido hablaba de la Sociedad Futura. Es en este contexto en el cual se formó y educó nuestro amigo Pezoa. Por otra parte José Santos González Vera en su texto “Cuando era muchacho”, lo recuerda así: : “Pezoa no era un cualquiera. Estudió en la escuela de los burreros y tuvo de condiscípulos al zapatero Augusto Pinto, al hojalatero Farías, al marroquinero Carlos Lezana. Además, el profesor que instruyó a estos jóvenes no era un hombre de partido ni figuraba entre los que aspiran a cambiar el mundo, con lo cual llenó de interrogantes las mentes de sus discípulos, quienes al llegar a la adolescencia se hicieron anarquistas”. El anarquismo en aquel entonces, era el ideal de la época, el asilo de todas las esperanzas. Sin querer objetar lo anterior, nos sentimos completamente seguros de que aquel ideal sigue teniendo la vigencia del ayer. En estos jóvenes, dominaba el deseo de saber, el anhelo de sobresalir en los oficios, el afán de ser personales. El individuo lo era todo. Francisco Pezoa, era cigarrero, oficio mal remunerado, intermitente, que tenía sólo de bueno el dejar la mente libre. Con el tiempo Pezoa adquirió el ejercicio y gusto por la reflexión y junto con ello el hábito de la dipsomanía. Ayudó a redactar, por ser letrado, todas las proclamas de obreros y gremios cuando estuvieron en vísperas de huelga, gran habilidad poseía para enjuiciar los asuntos sociales acto que llevó a cabo con total maestría en los diarios “La Opinión”, “La Época”, y “El Pacífico”, periódico este último que se publicaba en Tacna. De la obra de Francisco Pezoa sólo se sabe que escribió un cuadernillo con sus poesías, el cual circuló principalmente por la zona norte del país ( en éste, desfilaban, sin méritos, generales, clérigos y burgueses, composiciones todas ellas para ser entonadas con música popular). Gracias a la revista Selva Lírica, nos hemos podido enterar que el autor en un comienzo concibió el canto a la pampa con el título de La Venganza, cuya música pertenecía a la tradición folclórica nortina y que no demoró mucho tiempo en ser entonada por todos los trabajadores del árido norte salitrero. Manuel Rojas en su obra "La Oscura Vida Radiante" recuerda: “Pancho, utilizando la música de algunas canciones en boga, había escrito letras que calzaban con esa música, letras de espíritu revolucionario, que tuvieron, entre los trabajadores y gente preocupada de asuntos gremiales, sociales o ideológicos, un tremendo éxito, mucho más grande que las canciones originales, cuyas románticas letras hablaban de amores sencillos y bastante aburridos, de desengaños y olvidos que quizás valía la pena callar, y entre otras escribió una que llamó “La Pampa”. A esta fecha es casi imposible encontrar un estudio de este escritor que contribuyó con su pensamiento a propagar el ideal libertario (por no decir imposible). Cada palabra escrita por este autor es una verdadera joya literaria. Cada recuerdo enunciado por sus contemporáneos un tonificador que logra rescatar del olvido la imagen difusa que lentamente comienza a diluirse con el correr del tiempo. En el ensayo sociológico realizado por Julio Pinto Vallejos” El Anarquismo Tarapaqueño y la Huelga de 1907: ¿Apóstoles o Líderes?” se hace alusión a Pezoa, más aún, el autor nos congratula con un breve poema del autor, titulado “Canción del Desterrado” de igual forma, Manuel Rojas en su novela “La Oscura Vida Radiante” reproduce unos versos de la autoría de Pezoa. En ellos el autor critica con gran ingenio y bastante humorismo a Pierre Joseph Proudhon, el autor de ¿qué es la Propiedad?” Con soterrada ironía el autor nos asombra: La propiedad es un robo… Un autor para descubrir, o más bien redescubrir, sería interesante ver en aquellas salas de referencias críticas de la Biblioteca Nacional al menos alguno de sus poemarios, (cosa que no es) o algún tipo de información más amplia de este escritor que el polvo del tiempo en vano ha intentado silenciar, puesto que las ideas, cuando están sujetas a sólidos argumentos, resultan imposibles de demoler, muy por el contrario, pues éstas se revitalizan y encuentran la atingencia necesaria en días como hoy en donde el pensamiento crítico más que una necesidad pareciera ser sólo un elemento accesorio en la moribunda sociedad que nos rodea. Del mismo modo, podemos encontrar referencias al Canto a la Pampa de Francisco Pezoa en la novela de Volodia Teitelboim “Hijo del Salitre” en uno de sus últimos capítulos se desarrolla un análisis exhaustivo de este tema. De esta mixtificación surgió esta bella canción, que hoy damos a conocer como prueba de aquel sentimiento libertario que es evidencia de aquella viva e inagotable vertiente de hombres comprometidos con la mejora y el destino social de la clase trabajadora, salud y anarquía a ti, Francisco:

Canto a la Pampa

Canto a la pampa la tierra triste
réproba tierra de maldición
que de verdores jamás se viste
ni en lo más bello de la estación;

en donde el ave nunca gorjea
en donde nunca la flor creció
ni del arroyo que serpentea
su cristalino bullir se oyó.

Hasta que un día como un lamento
de lo más hondo del corazón
por las callejas del campamento
vibró un acento de rebelión;

eran los ayes de muchos pechos
de muchas iras era el clamor
la clarinada de los derechos
del pobre pueblo trabajador.

Benditas víctimas que bajaron
desde la pampa llenas de fe
y a su llegada lo que escucharon
voz de metralla tan sólo fue;

baldón eterno para las fieras
masacradoras sin compasión,
queden manchadas con sangre obrera
como un estigma de maldición.

Pido venganza para el valiente
que la metralla pulverizó
pido venganza para el doliente
huérfano y triste que allí quedó;

pido venganza por la que vino
de los obreros el pecho a abrir
pido venganza por el pampino
que allá en Iquique supo morir.


La versión anterior corresponde al poema de Pezoa que adaptó el grupo Quilapayún para su LP “Por Vietnam”, el cual sólo nos muestra una parte de dicha composición. La versión íntegra del poema compuesto por nuestro poeta popular es la siguiente y lleva por nombre “Canto a la Huelga”, la cual ha sido extraída del ensayo “Los sucesos de Santa María de Iquique en la poesía popular” de Jorge Núñez Pinto verdadero sentir de miles de obreros:

Canto a la Huelga

Canto a la pampa, la tierra triste
réproba tierra de maldición
que de verdores jamás se viste
ni en lo más bello de la estación.

Donde las aves nunca gorjean
donde no crece la flor jamás
a donde riendo nunca serpea
el arroyo libre y fugaz.

Antaño tras año por los salares
del desolado tamarugal
lento cruzando van por millares
los tristes parias del capital.

Sudor amargo su sien brotando
llanto sus ojos, sangre sus pies
los infelices van acopiando
montones de oro para el burgués.

Hasta que un día como un tormento
de lo más hondo del corazón
por las callejas del campamento
vibró un acento de rebelión.

Eran los ecos de muchos pechos
de muchas iras era el clamor
la clarinada de los derechos
del pobre pueblo trabajador.

Vamos al puerto, dijeron, vamos,
con su resuelto y noble ademán
para pedirle a nuestros amos
otro pedazo no más de pan.

Y en la misérina caravana
al par que el hombre marchar se ve
la amante esposa, la madre anciana
y el inocente niño también.

Súblimes víctimas que bajaron
desde la pampa llenas de fe
y su llegada lo que encontraron
la ruin metralla tan sólo fue.

Pido venganza para el valiente
que la metralla pulverizó
pido venganza para el doliente
huérfano triste que allí quedó.

Pido venganza por el que vino
de los obreros el pecho abatir
pido venganza por el pampino
que como bueno supo morir.

Baldón eterno para la fiera
masacradora sin compasión,
quedó manchada con sangre
como un estigma de maldición.

Manuel Rojas logró memorizar para nosotros unos ingeniosos versos de nuestro autor, además nos señala parte del carácter de Pezoa en algunas de sus líneas: “Pancho, que no era ningún tonto, escribió una redondilla que fue muy celebrada en sus tiempos y en las que pretendía burlarse de él” (Proudhon).

Redondilla

Proudhon, autor no muy bobo,
Hace tiempo ha publicado
Un libro que ha titulado
“La Propiedad es un robo”.

Lo vi en un mostrador,
entré, lo compré, lo abrí,
y en la portadilla vi:
“Es propiedad del autor”


Finalmente, reproducimos el poema “Canción del Desterrado”, aparecido en el periódico La Agitación, Estación Dolores, el 22 de julio de 1905.

Canción del Desterrado

Yo voy por un sendero
desconocido,
persiguiendo las voces
de los que han ido:
mártires santos
que dejaron las huellas
de sus quebrantos.
Niña, si mi destierro
te ha conmovido,
al país de mi canto
yo te convido:
ven, niña mía,
a la tierra dichosa
de la Anarquía.


El poema De vuelta del Mitin, es el acopio de circunstancias de una época, la clara necesidad de la clase trabajadora por hacerse sentir, por reconocer los espacios en donde se proyecta la chispa revolucionaria, esa luz que estalla en medio de los corazones que no claudican y que perseveran en su cúmulo denso de raíces que es la clase trabajadora, despostergada, mutilada, marchita a veces pero que se revela en medio de todo este reguero de escombros que proyecta la sociedad anquilosada y rancia que poco o nada se ocupa por saber en dónde se resguarda el alero para nutrir a las generaciones venideras y mayormente complejas en este estado de profundo clima de irracionalidad. Este poema fue rescatado por el poeta del norte Andres Sabella, quien en uno de sus cuadernillos Hacia, publicó una edición en homenaje a la poesía Acrata y en donde desfilan nombres como los de Alejandro Escobar y Carvallo entre otros. Dicha publicación es una verdadera rareza literaria. Aquí están los versos del vate popular:



De vuelta del Mitin

Fui al mitin a elevar mi corazón
Fui al mitin a admirar la roja fibra
Que en los plebeyos corazones vibra
Como un ritmo de queja y rebelión

Vi pasear el pendón de la revuelta
Por jardines y plazas y avenidas
Y vi bullir las turbas oprimidas
Como una recia tempestad disuelta

Vi los gestos altivos sublevados;
Vi las miradas tristes o serenas
Que fulgen iras o que lloran pena,
que reflejan suspiros ignorados

Vi que el puño calloso se crispaba,
Vi que el chalet burgués se estremecía,
Porque un canto de guerra se extendía,
Porque un canto de guerra se elevaba.

Miente quien dice que la plebe es sierva;
Que ha de ser la perpetua prosternada:
Yo contemplé el fulgor de su mirada
Al escuchar la redentora verba.

Miente quien dice que la plebe es vil;
Que no siente las nobles emociones:
Yo escuché palpitar sus corazones
Al compás de una música viril.

¡Ay –pensé- de los amos, de los crueles
para quienes el pueblo es un canalla,
holocausto fatal de su metralla,
suculento festín de sus lebreles!

¡Ay de los que hacen derramar los llantos,
de los que causan los eternos duelos,
el día en que retumben tierra y cielos
ante el clamor de los furores santos!



De todos cuantos han contribuido a mostrarnos la difusa imagen de Pezoa, se encuentra quizás otro escritor chileno, nos referimos a uno de los contemporáneos del autor, y que quizás se mantenga tan olvidado como nuestro hombre de estudio, en las páginas de la literatura social de nuestra tierra, nos referimos al dramaturgo, Antonio Acevedo Hernández, quien en su obra, autobiográfica: “Memorias de un autor Teatral”, nos presenta la figura de un Francisco Pezoa distante, en pleno apogeo de sus facultades intelectivas, compartiendo con aquel grupo de la FECH, quienes acostumbraban a desarrollar exposiciones sobre temas de vanguardia intelectual y sociológicos, afirma Hernández que Pezoa le pareció un hombre que estaba muy por encima de la media de los intelectuales, afirma que él así como otros era de aquellos hombres que sabía de aquello que hablaba y que sintió de parte de éste cierto aire de superioridad, lo cual le hizo entender lo lejos que él se encontraba de su persona. Invitado a una conferencia sobre el nuevo teatro social que a juicio de observadores de su obra, Hernández ...posteriormente reflexionaría
Sumemos "Hijo del Salitre" de Volodia Teitelboim, (1952), novela que muestra discursos de esperanza en un futuro mejor para los trabajadores pampinos. En las páginas de esta obra Lafertte hace su aprendizaje de dirigente en los siniestros acontecimientos de Iquique. "Canto a la Pampa", del poeta anarquista Francisco Pezoa, primera muestra literaria obrera, de lo ocurrido en la emblemática escuela.
Si bien la novela “Hijo del Salitre” de V. Teitelboim aborda y analiza el tema de Pezoa, no es menos cierto que el autor de dicho texto no se propuso cantar la tragedia de la Escuela Santa María, sino que este canto a la pampa se habría desarrollado con anterioridad o en medio de las revueltas y al calor de los acontecimientos que buscaban un cambio en las condiciones de vida de los obreros de la pampa. Las consecuencias de dichas manifestaciones ya son por todos más que sabidas y la tragedia de 1907 sembró un clima para que los obreros pudieran comprender la naturaleza de la nefasta situación que aconteció en aquella pampa salitrera.

No menos interesante resultan las palabras de Antonio Acevedo Hernández, literato y autodidacta que logró compartir con aquella pléyade de escritores de principios del siglo XX y que tanto material nos han brindado para reconstruir nuestras bases literarias. Es por esto que sus Memorias de un autor Teatral, son de una valía imprescindible para el acopio de nuestra memoria colectiva. Es así como Hernández señala:
“ Pinto se acercó a Gómez, con la idea de que lo llevara a la conferencia de Pancho Pessoa. Yo le previne:
-No vayas a la conferencia, te harán cantar. Nos veremos temprano en el café y escaparemos.
Lo dejaron ir, no sin mirarme con ojos diferentes.
-Ese muchacho vale, razonó Gómez Rojas. Tiene presencia y alma de niño.
Llegó la hora de la conferencia, en un local de la calle Cóndor. La sala colmada. Gómez conversó con mucha gente. José Santos González Vera, muy joven, muy limpio, muy fino, de fácil sonrisa, ojos acogedores y, al mismo tiempo, irónicos, y de una cortesía de la época de los Luises de Francia...
Yo nada entendí de lo que dijo Pezoa; me daba sí cuenta de que su palabra era de alto valor. El público muy atento, bebía sus palabras, y cuando terminó se le aplaudió, podría decirse, con respeto...
Cuando terminó el acto, me acerqué a Pezoa, quería decirle... algo y oírlo. Me miró y dijo una frase que me hizo daño. Comprendí que esa gente sabía mucho. Entre ellos, yo estaba sobrante y.... desaparecí.”

Dentro de la naturaleza de cada escritor se cobija el alma de la literatura que se proyectará hacia el futuro, más aún si consideramos que en ellos está la simiente y el germen de todo aquel cúmulo de experiencias que nos darán las bases del socialismo libertario o bien del socialismo realista, que podría haber plasmado Gorki o Santiván que al caso da lo mismo. Para Hernández, joven aún, aquella situación marcó un hito, por ello nos hace parte de aquella realidad, pero más allá de las vicisitudes o puntos de desencuentros el escritor realiza una autocrítica para en un momento determinante poder volver a esgrimir sus bases realistas de lo que la literatura y el conocimiento de la realidad le habrá enseñado. Los ideales y la realidad en las cuales se sustenta la visión de mundo del autor de aquella época, difieren del cúmulo aplastador que pareciera condensar la raíz de aquellos autodidactas hijos del esfuerzo sobre humano.

Francisco Pezoa canta, y enarbola su pendón hacia el germinal amparo de las matrices del cuidado de quienes resguardan los ideales más puros y hermosos, más humanos, es por ello que resuenan sus cantos del ayer, del hoy y del mañana volcándose en medio de la naturaleza de esta tierra que debe mejorar su situación, que debe librarse de las garras de aquel señor incorpóreo y dominante que intenta avasallar la naturaleza libertaria de todo hombre, mujer y niño que siente en su corazón aquella bella luz que no ha de opacar ningún fuego fatuo, porque el candil y la luz de la alborada, germinará para los nuevos corazones libertarios, llenos de razón y elocuencia, que jamás perecerán y que lentamente recobran sus fuerzas en medio de todas aquellas aturdidoras mangas del marchito otoño.

Parece una lección de compromiso y seguridad con respecto a aquella convicción que mantiene el autor, además, el tono nostálgico de quien recuerda aquellas voces que son parte de todo un cúmulo de sufrimiento, nos golpea y nos remece la conciencia. Pezoa no olvidó jamás a aquellos que sufrían, se hizo parte de ellos, luchó junto a ellos, con su palabra, con su verbo que fue luz y aliento de aquellos que desfallecían. El poeta supo mantener encendida la llama de aquella luz, que nunca se logró extinguir. Así como hoy su voz vuelve a surgir para que el olvido no sea nuestra próxima derrota.