viernes, 19 de diciembre de 2008


BUSTER KEATON O EL OFICIO CONSCIENTE Y CONSECUENTE

Desde hace ya bastante tiempo que me he aficionado por el cine, principalmente aquel que me ayuda a descubrir aquellos momentos en donde las películas parecían hacerse con el amor que les procuraban sus realizadores (directores, actores, ayudantes, etc…) y fue así como llegué a encariñarme por aquellas viejas películas de la década de los veinte en donde aún no hacía su irrupción el sonoro.
Si bien ha sido difícil encontrar y así redescubrir (para quien escribe) a uno de los actores, cómico o payaso que entregara su vida a este arte. No fue menor el cariño que cada una de sus obras e interpretaciones plasmara en mi persona.
El primer encuentro que acercó y vino a poner en mí la inquietud y el deseo de conocer más allá que un par de nombres o de affiches en mi cabeza fue la interpretación de Buster Keaton en su película “The General”, que me dejó por largo tiempo sumido en el deseo de aprehender y apreciar, lo más cabalmente posible, la viva imagen de este actor y director nacido en Pickway, Kansas, el 4 de octubre de 1895.
Como en un acto de total entrega, de amante caprichoso, me embebí de un gran número de sus obras, consiguiéndolas por aquí y por allá, primeramente en VHS y con el correr del tiempo en el masivo DVD.
Nuestro medio, tan perspicaz en anunciar y promover estrenos, todavía no cumple con la tarea de rescatar la historia de la cinematografía, y me refiero sólo a aquella que dio los primeros pasos para que este séptimo arte sea lo que hoy se jacta a mandíbula batiente de ser, lo que gracias a aquellos que la mayoría desconoce, sea lo que hoy es. Es por ello que aquel que busca reconstruir parte de aquella historia que vivieron sus viejos, muchas veces, no llega a comprender la enorme trascendencia que eso significa.
Hoy, sin mediar en gastos y atendiendo a aquel cariño de diletante que en los momentos de ocio (cada vez más restringidos) me deja mi ocupación, intento rescatar para mí y para aquellos que puedan interesarse en aquel oficio, que para algunos pareciera ser únicamente un consuelo burgués.
Con el correr del tiempo me enteré, leyendo la obra de Richard Porton “Cine y Anarquismo” que Buster Keaton filmó “Cops”, que en España se tradujo como “La Mudanza, y, como es sabido, una cosa lleva a la otra y finalmente me vi envuelto de lleno en el deseo de indagar cada vez más en la naturaleza de este creador.
Keaton, que goza de una biografía digna de los autores más trascendentales del cine nunca despreció un rol que no sintiera como suyo e intentó infundir y plasmar aquella verosimilitud a sus producciones y a aquellas en las cuales pudo haber actuado como actor secundario o de reparto. Su carrera siempre fue un ensayo y un aprendizaje hasta el último de sus roles, sin hacerle asco a papeles menores. Ya en su edad madura, ayudó a formar y aconsejó a grandes estrellas que muchas veces veían en él, al actor fracasado que se había perdido junto con el cine mudo.
Nada resulta más arbitrario si se toma en consideración que Buster fue un amante de su oficio, pues a diferencia de Chaplín (para quien siempre tuvo palabras elogiosas) trabajó con toda naturalidad, consecuencia y casi en el anonimato y por un salario mínimo en comparación con aquellas estrellas que deslumbraron en el Hollywood de los treinta y de los cuarenta.
Hace muy poco tiempo he tenido la oportunidad de leer un ensayo cinematográfico de Joan M. Minguet “Buster Keaton” en donde el autor defiende la tesis de que Keaton sería un payaso, lo cual, por la lectura puede guardar completa credibilidad, pero más allá de toda adjetivación y sin emplear el término payaso de un modo despectivo o peyorativo, para quienes apreciamos este arte, su historia y su legado, Buster Keaton fue un adelantado en la historia de la cinematografía. Digo esto por tres razones, primero, porque al separarse de Fatty, supo construir su propio personaje revolucionando la visión del comediante y de aquello que el Vodevil procuraba por aquel entonces, dando muestras de que su arte era más trascendente y no inmediato, rompiendo con aquellos gags imposibles. Segundo, introdujo una serie de cambios que hasta entonces no se apreciaban en la imagen que capturaba el espectador, y me refiero en este caso al trabajo de cámara visto en “El Gran Espectáculo”, por ejemplo, en donde una serie de Keatons construían la historia y ojo, estamos hablando de los veinte, en donde el celuloide “todavía estaba en pañales”. Así mismo, se puede rescatar el tratamiento de cuatro divisiones en la pantalla, o bien el protagonismo de una vaca que deja como secundario por minutos a nuestro querido actor. Por último, Keaton con su creatividad dejó de lado todo el sentimentalismo en su personaje, de ahí que sin reír, pudiera provocar tantas carcajadas en aquellas situaciones que a cada momento se le venían a la mente.
Es muy poco sabido que en su colaboración hacia otros artistas creara gags para los Hermanos Marxs e influyera así anónimamente en otras grandes producciones de la época. Su lirismo nostálgico hoy en día evoca aquel frágil estado de pertenencia.
Pienso que uno de los valores que más ha trascendido en la obra de Buster ha sido esa melancolía que hoy sentimos como el dominio perdido y al cual nos acercamos, pues en él anida aquella ingenuidad pura de querer conseguir aquello imposible, sabiendo que aquello imposible puede ser creíble y aceptable por el espectador. La utopía que se realiza, el sueño que se alcanza, el bien que se logra. Además, de su honestidad para referirnos en su autobiografía Slapstick, de qué modo vivió en parte aquel ocaso del cine mudo, pero sin dejarse morir, como muchos creen y en donde otros muchos sucumbieron. La gran mayoría piensa que el Keaton actor y director murió con el mudo, nada más errado, ya que este actor supo reinventarse, renacer y vivir del medio artístico con esporádicos papeles en la pantalla grande y continuos trabajos en la incipiente industria que era, por aquel entonces el negocio de la televisión.
Sin dejar de lado aquellos fracasos, que por cierto los tuvo, Keaton mantuvo y se mantuvo firme en su convicción de actor consagrado, consagrado pero humilde y aquella humildad le supo seguir entregando roles y manteniéndose vigente en el medio. No es menor que uno de sus últimos filmes fuese un corto del reverenciado Samuel Beckett, con quien llevó a cabo el proyecto “Film”, aquel que nos muestra al actor en unos primeros planos frente a un espejo, ante aquel espejo en donde el hombre se observa y descubre el silencio, aquel silencio perfecto. Es aquello un reconocimiento al mudo, ya que el hablar, como diría Camus en “El Hombre Rebelde”, repara, “la única actitud coherente fundada en la no-significación sería el silencio, si el silencio, a su vez, no significase. La absurdidad perfecta trata de ser muda. Si habla es porque se complace o, como veremos, se considera provisional. Esa complacencia, esa consideración de sí mismo muestra bien el equívoco profundo de la posición absurda. De cierta manera, el absurdo que pretende expresar el hombre en su soledad le hace vivir ante un espejo”.
Así lo entendieron Beckett y Camus, y en su modo Buster Keaton, quien fue en cierto modo un privilegiado, aunque uno de aquellos que se formó a punta de golpes, sí, de aquellos golpes que su padre le procuraba en el vodevil y que luego en sus cintas junto a Fatty se fueron estilizando. De su formación autodidacta, de su tesón constante se creó un Pamplinas, un Cara de Palo, un Máscara Trágica.
El protagonista de “El Navegante”,quien supo zozobrar en medio de las oleadas del alcohol que solo le dejara como plus una separación, pudo sobreponerse, no se hizo mayores problemas cuando estuvo en la ruina y aquellos antiguos compañeros que le debían se olvidaron de aquellas deudas. En el silencio, tan característico en él, nunca cobró a nadie un peso o un dólar y créanme que fueron miles los que sus antiguos compañeros de plató le debían y no le cancelaron. Se tomó lo suyo, ayudó a cuantos pudo, vivió sus últimos años feliz y fue reconocido y dicho sea de paso, nos legó todo su arte consecuente y lleno de cariño, de un cariño ingenuo, de un cariño lleno de silencio, de muchísimas situaciones absurdas que no necesitaban de palabras para ser comprendidas y en donde día a día nos hemos visto reflejados, mirándonos en aquel espejo, en aquel silencio de un lirismo sin concesiones, que hoy se proyecta como en un caleidoscopio en infinitas muestras de una obra que de seguro trascenderá en imágenes inagotables, que se reiterarán por los tiempos, cuando pasen generaciones, como ya muchas han pasado, su silencio y su rostro imperturbable seguirá diciéndonos lo mucho que gozaba con la alegre sonrisa de un mundo entero.


Ver:
Joan M. Minguet, “Buster Keaton”, Ediciones Cátedra, 2008, Madrid, España.
Búster Keaton-Charles Samuels, “Slapstick” “Las Memorias de Buster Keaton”, 1995,Plot Ediciones, Madrid, España.
Richard Porton, “Cine y Anarquismo”, Editorial Guedisa, 2001, Barcelona, España.
Albert Camus, “El Hombre Rebelde”, Editorial Losada, 1953, Buenos Aires, Argentina.