viernes, 31 de agosto de 2007

SOMBRAS CONTRA EL MURO


SOMBRAS CONTRA EL MURO

Con esta novela, Manuel Rojas nos entrega un nuevo episodio y espacio en la vida de Aniceto Hevia, el hijo del Gallego. El hijo de ladrón.
La novela parte cuando Aniceto, se encuentra trabajando como ayudante de un pintor anarquista español, quien en su fuero más íntimo pensaba que el esperanto debía ser el idioma que unificara al mundo. “Esperanto está idiomo internacia”.
De ahí en adelante, una serie de sucesos significativos irán estructurando y construyendo el bagaje de experiencias del cual se nutrirá el protagonista. Todo su deambular, su vagabundaje, resulta ser tan similar como el de aquel que llegó a ser un paradigma para aquellos anarquistas de comienzos del siglo veinte, Máximo Gorki. La procesión de Aniceto es un camino de aprendizaje, se podría decir que de humanización, ya que ante él, se presentan dos caminos y aquello resulta ser la constante de la novela, la moral que el protagonista deberá hacer parte de sí para diferenciar, optar y así poder ser un hombre íntegro. En esto me permito hacer hincapié, ya que la dinámica de los acontecimientos que se relató en Hijo de Ladrón, en la cual Aniceto debía cargar con el peso de un apellido, que era el de un delincuente y el hecho de intentar demostrar por medio de su accionar que no por ello, él estaba condicionado y condenado a ser lo mismo.
El cuestionamiento es recurrente en el protagonista, ideas que fluyen por su cabeza, observa, escucha, viaja de aquí para allá, siempre con hambre, recuerda a Cristian que ha muerto, y a quien encuentran en la morgue. Surge dentro de los anarquistas uno en particular, que podríamos decir es, junto con Aniceto, uno de los pilares que sostienen la obra, es Alberto, un anarquista individualista, de aquellos de acción directa, que más que pensar en la propaganda sólo piensa en vivir y vestir mejor. Aniceto desarrolla un análisis mostrando aquella delgada línea en la cual se podía llegar a ser un idealista comprometido o sólo un delincuente.
Es el tiempo de la efervescencia social, de los mítines universitarios y obreros. Se menciona al poeta cohete Daniel, que no es otro más que José Domingo Gómez Rojas, así también atraviesan por la obra algunos personajes con sus anécdotas y que son dignos de destacar, como Gutiérrez, el aprendiz de intelectual que, con ojo escrutador, en él podríamos reconocer al novelista José Santos González Vera. El narrador nos pone en cierta situación en la cual ambos hambrientos conversaban en la oscuridad de un conventillo, Gutiérrez dado a la lucubración le comenta a Aniceto sus orígenes, su vida, proyectos y esperanzas, Aniceto mientras tanto va extrayendo de un saco unas bolitas que se comienza a echar a la boca por un gran lapso de tiempo, comió de ellas sin ser sorprendido por su nuevo amigo, a quien no le ofreció, luego de un tiempo le menciona su hallazgo y el aprendiz de intelectual le hace notar que aquello que se estaba echando a la boca era luche, un tipo de alga con el cual se acompañaban algunas comidas marinas típicas de la zona y que él despreciaba.
Otro de los aspectos dignos de mencionar es el de los oficios planteados por el narrador, en la novela pasan algunos maestros, oficiales y aprendices denotando orgullo y conocimiento en torno a sus cualidades: peluqueros, lustradores, zapateros, pintores de brocha gorda, oradores, quienes en el mayor de los casos hacían gala de erudición y sabiduría en el Centro de Estudios Sociales Francisco Ferrer, sí, aquel Francisco Ferrer de la escuela moderna. El tema de los oficios resulta importante dentro de la cuestión social, ya que el grupo de obreros en aquel tiempo resultaba ser más organizado, solidario y preocupado por el devenir del hombre explotado. La unidad de aquel tiempo en sindicatos y federaciones tenía fuerza y valor, y carecía de miedo, lo cual impregnaba dentro de sus organizaciones una mayor conciencia de clase y un mayor espíritu de lucha..
Personajes como el Chambeco, Voltaire, el doctor Juan de ascendencia italiana, aquel hombre de una bonhominia altruista y que refleja en sí la figura del doctor Juan Gandulfo, amigo y compañero del escritor Manuel Rojas son dignas de poner atención y
de ser rescatadas como un medio de reconocimiento a la obra de este último.
Volviendo a la figura de Alberto, aquel ser que denotaba en Aniceto un cierto misterio y admiración, quizás un poco por cargar en su cuerpo una Colt del 12, a la usanza de los expropiadores franceses o argentinos, éste era el prototipo de hombre que representaba aquel resentimiento y que fue cautivado por el deseo de vestir y vivir a cuerpo de rey. No gustaba del trabajo, sólo servía de modelo a pintores y robaba, era en el fondo un ladrón de poca monta que al final asesina y se ve obligado a alejarse y a rehuir de la justicia, así como de sus amigos.
Este tema, discutido dentro del anarquismo sobre la violencia, es puesto en el tapete en esta obra, de seguro para quien lee la obra como un lector ingenuo resultará atrayente, ya que en el mayor de los casos uno se muestra siempre a favor del bandido, del perseguido, pero es necesario volver a poner en realce aquel tema de discusión para así poder nutrir y dar una visión coherente y lógica de los mecanismos a través de los cuales se maneja o se ha manejado el anarquismo. Sin llegar en este punto a negarlo o aprobarlo, sólo dando así como nuestro narrador un pie para generar la discusión.
En el texto surgen también situaciones anecdóticas como aquel momento en que Aniceto es tomado preso con su amigo Manuel por estar jugando con una piedra en una plaza, son llevados a la comisaría y pasados a un calabozo por desórdenes a la propiedad pública, cosa que nunca fue tal.
Allí, dentro del calabozo, el narrador nos expone una situación irrisoria, la llegada de un borracho, quien pedía cervezas al guardia y puteaba a medio mundo sin dejar dormir a nadie. El amigo de Aniceto al ver que el borracho llevaba un sombrero y no se dejaba de decir estupideces, va y se lo enfunda hasta la boca, hecho que causó la risa de todos los reclusos, pero a la mañana siguiente vendría la venganza, cuando el borracho se sentaría a defecar en el escusado del calabozo. El hedor que inundó el lugar se hizo insoportable, y luego de gritos y quejas por parte del resto de los reclusos el beodo fue puesto en libertad, al rato se fueron Aniceto y Manuel, no sin antes tocar su parte y conversar con el juez.
Así también, resultan interesantes las hojas que dedica Manuel Rojas sobre aquel anarquista francés, René, quien ejecutó el primer robo de una obra de arte en el Museo Nacional de Bellas Artes, al extraer con total sutileza un original de Velásquez, la necesidad, el hambre el hecho de mantener una familia, la inopia, en fin razones sobran. Todo aquello quizás lleven al ser humano a deambular por aquellos lugares que entregan una pequeña tranquilidad, un pequeño alivio, pero viene el cuestionamiento, aquella situación en la cual el ser se pregunta ¿y a quién venderle esto?, no faltará el comprador de arte, lo cual podría significar que se estaría privando a una comunidad de aquella obra. René, se da un gusto, y en su fineza opta por devolver la obra. Tal experiencia devela un hecho, pero más aún una dignidad y un deseo de entregar a todos lo que no es de nadie en particular. Esa es la enseñanza.
Otro suceso anecdótico es el de una conversación con otros anarquistas que llegaban al movimiento o al Centro de Estudios Sociales sin saber como (vengo a buscar a tal o cual) e inmediatamente eran hechos compañeros, así nutridos sólo del deseo, muchos anarquistas sin tener una base sólida y procurados sólo de una buena voluntad y de un deseo de solidaridad llegaron a bautizar a sus hijos como Bakunin de las Mercedes o Tigre de la Revolución, hecho que causa gracia y a la vez una profunda preocupación.
Así construye Manuel Rojas su obra, con todas esas características que nos muestran en gran medida como se desarrolló un proceso constructivo e histórico de nuestra realidad social y que, sin duda, es nuestro deber rescatar y mejorar, si tomamos esta obra como estudio de una situación que podría ser mejor.
Ahora bien, la obra tiene en sí una rica gama de personajes, anécdotas y aprendizajes que para todo aquel que sienta la “idea” y aquel deseo de construir una sociedad libre y sin prejuicios es de vital importancia.
Uno de los aspectos poco analizados por escritores chilenos sobre la obra de Manuel Rojas ha sido el del humor, (no así en el caso de González Vera, de quien Enrique Espinoza publicó un texto de estudio sobre este tema*) ya que dentro de la idiosincrasia de esta tierra navegan grandes y muchas veces poco estudiados escritores chilenos.
Ver:
Espinoza, Enrique, González Vera, Un clásico del Humor, Editorial Ercilla 1986, Santiago, Chile.
Alegría, Fernando, Las Fronteras del Realismo, Literatura chilena del siglo XX, Empresa editorial Zig-Zag, 1964,Santiago, Chile.
Rojas, Manuel, Sombras contra el Muro, Empresa editorial Zig-Zag, 1964, Santiago, Chile.

GONZÁLEZ VERA Y EL COMUNISMO ANÁRQUICO


JOSE SANTOS GONZÁLEZ VERA


He estado releyendo con fruición la obra de José Santos González Vera y me parece que desde su primera novela Vidas Mínimas el autor nos muestra con acertada inteligencia una obra concisa y verídica, y qué más verdadero si en ésta se refleja todo un contexto histórico, social e individual, la obra es el espejo de una realidad dolorida en donde se descubren los seres más abyectos y toda una gama de individuos comunes que nunca llegarán a figurar dentro de la oficialidad de un país. Es la gran masa que aún no se unifica para darle el golpe certero a los palitroques del estado, por ello, la obra de González Vera se transforma en la voz de los oprimidos, obra trascendente escrita a fines del año 1920 y cuyos originales se perdieron por espacio de un año, tras el asalto a la federación de estudiantes, más específicamente en una segunda batahola llevada a cabo por las hordas fascistas de las guardias blancas de aquella época (dentro de las cuales se encontraba aquel lobo con piel de oveja, Alberto Hurtado), quienes prorrumpieron en las dependencias de la imprenta Numen. La obra de González Vera, sólo vio la luz un año más tarde luego de ser encontrada por un amigo del escritor.
Es bastante similar la concepción de nuestro escritor con la del argelino Camus ya que éste en El primer hombre, obra inconclusa y que, sin embargo, revela la estirpe de este genial escritor, nos señala que aquel mundo, aquel contexto en el cual él vivió estaba lleno de aquellos hombres que son la fuerza y el motor de un país, son quienes dan vida a toda una organización, mas son entes anónimos, aquellos seres que tienen una vida cotidiana llena de trabajo y cansancio hombres que no pasarán desapercibidos del curso de la historia, ya que ahí está el escritor, que observa y grafica toda aquella realidad que es el testimonio de una parte importante sino la más importante de la realidad histórica de la humanidad.
Ya en su segunda obra, Alhué, González Vera nos ofrece la estampa y las reminiscencias de aquel pueblo casi rural en el cual se desarrolló su infancia, Ah! La infancia. Es según algunos críticos su segundo acierto literario en él podemos participar de un universo lleno de personajes característicos y llenos de una singular concepción, como el tendero, la joven devota de dios y de los remedios, la imagen del padre, etc. El autor a través de su prosa austera, nos lleva a recordar por medio de aquellas imágenes todo un mundo visual y conceptual que muchos olvidamos al llegar a la madurez.
Bastante se criticó a González Vera al recibir el Premio nacional de literatura en 1950, hubo quien lo llamó “fotógrafo de plaza de provincia” (y no hablo de un escritor cualquiera, me refiero al mismísimo Pablo de Rokha), al igual que Volodia Teitelboim, quien en su libro Tradiciones realistas en la literatura chilena señala: “Hombres que empiezan de anarquistas y luego derivan con elegancia hacia un discreto burocratismo, como Manuel Rojas y González Vera, producen algunas bellas páginas; son orgullosos cultivadores de una literatura que repudia todo compromiso, que a su juicio no sea la literatura misma”. Éstos que arguyen que la obra de nuestro autor es precaria, que sólo lo mueve la visión del “ Arte por el arte”, que su visión es sólo una fotografía, me parecen un tanto ligeros, por decir lo menos, acaso no ven aquellos “juiciosos” críticos, el descarnado relato, en sus obras, prueba de una sensibilidad que refleja cromáticamente toda la realidad de nuestra propia historia y cierto es que el autor nunca ha estado de lado de los explotadores y menos ha traicionado la idea libertaria, él es el medio, el engranaje que nos abre las puertas y puede mostrarnos claramente la realidad de las vidas mínimas y esto es aunque minimalista una contribución trascendente en la avanzada hacia la causa revolucionaria, primero, es nuestro deber crear conciencia en nuestro proletariado a fin de que se pueda percibir el obstáculo que existe entre las clases sociales, González Vera, lo logra de manera llana y sencilla, porque esto es lo que algunos no entienden presas de la envidia que los consume, quienes olvidaron para con González Vera el sentir solidario y aunque a éste le tengan sin cuidado aquellas diatribas, es necesario dilucidar la bonísima y profunda calidad humana que posee.
Ahora respecto al juicio de Teitelboim, considero que tal apreciación se torna liviana en boca de quien propugna el comunismo, veo ante todo, intereses creados, tanta maledicencia asombra, es fácil, muy fácil y cómodo lanzar fieramente los dardos en contra de quien por méritos propios ha logrado destacarse, sin tener la necesidad de que un partido esté tras de ti sopesando tu valor o erigiéndote como el representante de la clase obrera.
Luis Vitale, corrobora este hecho, y nos confirma que el movimiento anarquista fue la base del movimiento obrero y el primer motor en las primeras dos o tres décadas del siglo.
“Quien dirigía el movimiento obrero en Chile hasta que se consolida Recabarren, sin ninguna duda que era el movimiento anarquista. Eso ha sido ocultado por la izquierda, no solamente en Chile sino en todo el mundo”.
Aquello que conocemos como envidia, a algunos habitantes de esta tierra parece fluirles como la libertad fluye en los mares. Es más, creo que dicha actitud desalienta a muchos jóvenes que ven el comunismo como una vía hacia la libertad.. Por ello considero que todo partido no hace más que perseguir el predominio de una autoridad, llámese comunista, socialista, etc. El verdadero comunismo, pienso, se sustenta sobre la base de la solidaridad y de la libre asociación e interacción y entendimiento entre los pares, paras poder alcanzar ese estado de bienestar y equidad que todos aquellos que nos sentimos libertarios hemos anhelado por tiempo.
Es necesario mantenerse alerta, puesto que en todas las áreas del conocimiento una semilla reaccionaria crece, por lo tanto, es nuestro deber unirnos para develar aquella conciencia tácita que muchos de nosotros mantenemos en estado primitivo, aquí, pienso, se trata de abrir nuevos caminos, liberarnos y crecer, para luego ver germinar la semilla libertaria e igualitaria del comunismo anárquico. Cuando era muchacho la tercera obra de Vera, vio la luz en 1959, en esta obra el genio desarrolla a cabalidad la historia del anarquismo chileno de los años veinte, en cuyas semblanzas hacen gala los más destacados poetas y escritores tanto como pensadores del anarquismo nacional, en aquel entonces el movimiento ácrata, contaba con destacados representantes todos ellos imbuidos del más ferviente y arrebatador anhelo de cambio social, una brisa libertaria se respiraba en el ambiente, llena de cambios y respuestas revolucionarias, era el tiempo de Alessandri, pronto vendría la dictadura de Ibáñez, muere José Domingo Gómez Rojas, producto de una seguidilla de asaltos a las dependencias de los centros de reuniones anarquistas, éste es encarcelado y vejado, torturado hasta decir basta, pero aquel momento dio pie para que muchos de sus pares se organizaran, el poeta muere en el hospital psiquiátrico, víctima de las torturas infundidas en la cárcel, la misma en la que tiempo atrás se encontrara recluido un ácrata, quien escribió en la misma celda en donde estuviera Gómez Rojas “estar preso por el pueblo no es una humillación sino un acto de libertad”.

LA SONRISA DEL CAIMÁN


Debo reconocer que la lectura de Dauno Tótoro me asombró por sobre todas las cosas, hacía tiempo que no leía una novela contundente, me apasionó la forma en que trataba a los personajes, en especial la figura de Clerence Jones y de Fabián, singulares si se les quiere llamar de algún modo. El policía siempre atento, siguiendo los pasos de su sospechoso amigo, inclusive sembró sospechas en mí. En primer lugar, pensé que era este tipo quien estaba al servicio de Hiendrich, pero el error fue posible, posteriormente, creí que el pobre de Fabián moriría sin derecho a pataleo, pero a pesar de todas las desventuras sufridas por Marco y sus amigos, Fabián fue el único que pudo en cierta medida compensar las ansias de todos los revolucionarios que intentaron desbaratar el sueño de quince años de un viejo nazi que seguía abogando por la purificación de la raza en busca de aquel Uebermensch.
Se dio la ilógica y se pudo volver a cobrar venganza dentro de los márgenes preestablecidos, todo ese relato, está impregnado de la más nueva y actual narración, teniendo en cuenta que nuestro autor es un personaje que ha recorrido todos aquellos meandros por los que hace gala de buena erudición. Dauno Tótoro, es conocedor del paraje en que se desenvuelve, y a pesar de todo aquello parece llevar un sello de amargura en sus relatos, la clara negación y el pensamiento de no poder lidiar en contra de las fuerzas que parecen aplastar todos aquellos sueños de solidaridad y de bienestar común que tanto necesitamos. Sin embargo, el relato lineal en la obra de Tótoro, parece estar pagado de situaciones que nos hacen ver por su sencillez y dulzura la poca humanidad de la que nos asimos sin concesiones, es ésta la que nos transporta hacia lugares de fecunda creatividad, pero todo este manjar de sensaciones no es sino una nueva forma de plasmar la literatura chilena, tan seudo densa y sin sentido que hemos visto por décadas, aún recuerdo los pasajes de algunos escritores sumidos en la corriente de la conciencia, que fuera todo un proceso, toda una época ( debo reconocer que todos aquellos autores que desarrollaron este monólogo interior: Joyce, Faulkner y Droguett, en nuestro interior, por dar sólo unos nombres lo hicieron con total maestría) pero ahora surge con nuevos bríos esta narrativa que nos lleva a reconocer un estadio que nos parecía perdido, el manejo de todo aquello que significa lidiar con las más puras fibras de la biología o de las técnicas de la narración más perfecta. Tótoro nos muestra una sociedad corrupta hasta los huesos y es él nuestro antihéroe de mil batallas, que lidia ante un sinnúmero de situaciones que parecen no tener un asidero en esta realidad, las imágenes de los personajes resaltan en un revuelo demente y nos angustia pensar si realmente el joven Fabián perdió la vida en su venganza iracunda o si aquello que menciona el encargado y corresponsal de Clarence es realmente cierto, el hecho verdadero es que al parecer siempre se antepondrá el poder lucrativo y la máquina de un sistema avalado por las cúpulas verticalistas de un poder que por mucho tiempo (por no decir siempre) se ha deleitado con la humanidad que ven en los pobres, el medio y motor para continuar con su engaño y darle un pequeño placebo a una sociedad que tanto necesita de todo.
De esta forma, vemos a través de todo el relato una maraña de corrupción y de manejo al servicio de poderes ocultos , sí, aquellos que gozan de impunidad y de recursos que surgen del sudor de aquellos que se tornan anónimos ante nuestros ojos.
Ahora bien, la problemática con respecto al personaje principal ( Marco Buitrago) nos revela la figura del antihéroe que manifiesta un pesimismo casi absoluto ante las situaciones y los poderosos contra los cuales se ve enfrentado, de partida uno podría pensar que él así como otros personajes no harían nada para resolver el problema de fondo que se le presenta, sin embargo, en su fuero interno, aquella luz de esperanza sigue titilando en medio de una oscuridad brumosa estilo Londres 1850 y que sostiene el deseo de mostrar y demostrarse que todo ese cúmulo de situaciones poco apoco se irán desmadejando en medio de una red que por momentos parece confusa y sin solución aparente, pero nuestro obstinado personaje sabe sortear todas esas situaciones límites que se presentan no sin ello desconocer el apoyo de ciertos dioses del olimpo que por momentos parecieron ayudarlo en su angustiosa tarea por la búsqueda de la verdad. Lugares: inhóspitos, sitios marginales, balas, golfas mulatas y jóvenes ávidas de carne tersa, lugares sórdidos, lujosos hoteles, cruceros, lanchas y yates, droga, muerte, suciedad y por último el deseo inefable que supera o sobrepasa la expresión porque todo aquello que siente y contempla cala en las fibras más hondas de aquel hombre que tiene conciencia e ideales, aquel hombre que busca la tranquilidad personal y ajena, que lucha y siente dolor. Aquel hombre que siente que todo aquello que realizó, no fue más que otra experiencia que debía ser vivida, el verdadero cambio revolucionario consiste en este caso en abrir las puertas y luchar por un ideal que es o parece ser concreto y que está al alcance, todo cambio substancial surge de las manos que quieren cambiar lo establecido en pos de una sociedad más justa y humana.Por eso, La sonrisa del Caimán, de Dauno Tótoro es una novela que merece ser leída por todas las personas que gusten del relato policiaco, densa, casi espumosa, un dejo de Bukowski y una nostalgia que por momentos nos recuerda al obstinado y terco Heredia de Ramón Díaz Etérovic.

LUIS CORNEJO Y LOS AMANTES DEL LONDON PARK


LOS AMANTES DEL LONDON PARK

Esta novela de Luis Cornejo, escrita en tercera persona y que relata la relación amorosa de Pedro, (un mecánico cuyo oficio cotidiano es manejar la rueda Chicago del parque de entretenciones London ubicado en Valparaíso) y Rosalía, una joven prostituta que se vende a los marinos extranjeros (noruegos, alemanes, etc) en el Rolland Bar.
La historia es sencilla, Pedro es un obrero bohemio, con muy poco cariño por desempeñar el trabajo que realiza, más bien sin presentar una sola muestra de deseo, siempre presionado por don Eustaquio, el dueño del parque, quien al parecer sólo se preocupa de recibir el dinero por sus juegos y de paso explotar un poco a sus obreros, dentro de los cuales también se encuentra el compadre de Pedro, Ruiz. Éste, de carácter más pasivo y al igual que Pedro un bebedor contumaz, pero con aquel aura de sometimiento y temor por quedar en la calle, es del tipo de persona que acata las decisiones de quien se muestra más fuerte.
Pedro sólo es un autómata dentro de su trabajo, sin embargo, niega todo compromiso. Y que puede si no reconocer el absurdo de su vida por lo menos intuirlo, el tedio y el fracaso en sus días de pobre, lo llevan a anidar una idea que lentamente comenzó a ganar espacio en su mollera y que en sus estados de borrachera le llegaba a mencionar a su compadre: “un día de estos le prendo fuego al London Park”.
Sin embargo, lo esencial no radica tanto en el carácter impulsivo de Pedro, o tal vez en parte sí, ocurre que uno de aquellos días, luego de la jornada laboral ambos compañeros y compadres las emplumaron con rumbo al restaurante de Don Paolo un bachichi que les ponía unas cuantas botellas al fiado. Los hombres beben, se embotan, son dos cueros vineros abrazados uno junto a otro, deciden caminar y dirigirse con dirección a una carroza que está a unos metros de ellos, un paco se les acerca, los detiene por unos segundos, duda en llevarlos preso y como se da cuenta que tiene más que perder que ganar (ya que con el parcito en capacha los hijos del paco no podrían subir gratis a los juegos del London) decide indultarlos y les ordena que se marchen, Ruiz muy agradecido da un impulso a su compadre y emprenden la caminata.
Con poco dinero llegan al centro del puerto, es medio día y deciden apostar el resto del dinero en los pingos. Ganan mucho dinero, se visten bien, comen bien, beben del bueno y se van en busca de Rosalía, a quien Pedro había visto la noche anterior y de quien había quedado completamente prendido.
Cuento corto, se acuestan, gasta todo el dinero, le pide que se vaya con él no sin antes mandarse un numerito de macho ofendido. La mujer accede y se marchan al cuartucho donde mora Pedro. Pobrísimos, la mujer se desvive por su hombre, plancha, lava etc. Su juventud se comienza a desvanecer sin darse cuenta. Pedro cada día más celoso siente el temor de que Rosalía vuelva a reincidir, en algún momento la ve conversar con algún vecino y siente que lo cela y está pronta a engañarlo y dejarlo.
Vuelve a beber, a ser llevado por las olas del vicio y no siente la resaca que le golpea la cerviz cuando ya está nuevamente ebrio. Comienza a llegar tarde a casa, cada vez más tarde, hasta que una noche la Rosalía amante incondicional, casi. Sale en su busca no lo encuentra, bebe unas cervezas y se observa en el espejo del boliche, el tiempo a curtido su tersa piel, se ha marchitado sin darse cuenta al lado de ese hombre que poco a poco la comenzó a hacer sufrir, a postergarla, a olvidarla. Vuelve a casa se acuesta, duerme. Pedro regresa borracho se tira a la cama, ella lo golpea y mientras tanto va descubriendo aquel olor a puta barata que desprende la ropa del crápula. Llora, se siente traicionada y luego se marcha, ella había vivido todo aquello en su infancia y Pedro había asumido su fracaso, aquel fracaso impuesto por los celos.
Pasó el tiempo, Pedro cada vez más sumido en la borrachera, se encuentra con su compadre Ruiz y le dice a éste: sabe compadre “un día de estos le prendo fuego al London Park”.
El aspecto social siempre presente en los cuentos y novelas de Cornejo es sumamente interesante, aquellos personajes proletarios o lumpen proletarios son los seres que inundan y dan vida al mundo del novelista, éstos son parte de un cúmulo de postergados, a quienes nadie o casi nadie, les presta atención. Es la escoria de la sociedad, sin embargo podemos apreciar y vivenciar que aquellos personajes tomados de la realidad cotidiana, muchas veces llevan una carga de humanidad y sentimientos mucho más maduro e impregnados que otros. La diferencia de clases es contundente, de un lado los pobres y del otro los “jutres”.
Otro aspecto que llama la atención de esta breve novela es la virilidad y el machismo propios de los sectores bajos. Temas como los celos, el alcohol, la lealtad, surgen y demuestran el claramente un modo de vivir, son vidas comunes, de hombres sencillos, muchas veces olvidados en el tratamiento de la novelística nacional, recordemos que recién con G. Vera y luego con N. Guzmán el novelista se introduce y grafica esta realidad, algunos escritores anteriores bocetearon cuadros de conventillos, experiencias marginales dando sólo una pincelada a aquellos espacios pintorescos de nuestra sociedad.
Siguiendo la ruta de los anteriormente mencionados escritores, Cornejo ahonda un poco más en muestra realidad, presenta hechos descarnados y trágicos como lo hizo Nicomedes Guzmán o González Vera, estos hechos resaltan por sobre manera en su libro de cuentos Barrio Bravo.Si bien la prosa de esta novela es fluida y rápida, sin muchos eufemismos, queda flotando en la atmósfera de la memoria, una vez concluida la lectura, una sensación dispersa de conexión, algo que no permite unir en una sola gavilla todos los sucesos. Parece algo así como un diamante en bruto, tal vez un proyecto de novela que habría dado para más, ¿qué fue de Ruiz, de Don Eustaquio? Quizá demasiado para la imaginación, quizá un quiebre brusco, pero no podemos negar que la lectura de esta obra resulta ser un pie para el enriquecimiento del conocimiento más material de la conducta humana. Queda esa sensación de que no somos cien por ciento buenos, ni cien por ciento malos. El lector tiene la palabra.

MAXIMO GORKI


MAXIMO GORKI

De verdad que hablamos demasiado sobre escritores y es bien poco lo que leemos. A veces uno piensa en aquel cúmulo de textos y obras o autores que nos mencionan los estudiosos de la literatura y uno no deja de sentir vergüenza y vaguedad debido a lo poco y mal informado que uno se encuentra. Confieso que esto me ha ocurrido con los escritores rusos, por quienes siento una profunda admiración, especialmente por Dostoiewski, Tolstoi y Máximo Gorki.
Alexei Peskhov, quien luego de vivir una infancia dolorosa y una adolescencia no mejor supo formar su propio destino, de más está decir que su vida no fue precisamente un camino sembrado de diáfanos jardines ni de miel sobre hojuelas, nada más alejado de su contexto y realidad. He escuchado no hace mucho que existe un invisible parangón entre la psicología del ruso y del chileno, debe ser aquello lo que me acercó a identificarme con aquella literatura, además están todas aquellas miserias tan perfectamente descritas (y en todo orden de cosas) que el nudo del cariño se tensó más firmemente en mi relación con dichos poetas de la lengua eslava.
Recuerdo haber leído Malva, Makar Chudra, La canción del Petrel y otros cuentos de Gorki, el amargo, aquel que intentó quitarse la vida en una desesperada situación, por suerte para nosotros aquel tiento no llegó a consumarse y como es sabido “lo que no te mata te hace más fuerte”, claro está que nuestro escritor quedó bien a maltraer de uno de sus pulmones, lo cual no significó dejar de lado aquello que con tanta pasión supo hacer: Escribir. Aquel talento se fue modelando en el rigor de la existencia, como buen observador, supo absorber todo lo peor y lo mejor del alma rusa, así como lo hizo Tolstoi, Dostoiewski, Gogol, Chejov, Turgeniev y muchos otros.
En su obra, Mis Universidades, Gorki nos acerca a su infancia, a su adolescencia y juventud, su aprendizaje autodidacta, su periplo de vagabundo, su faceta de educador enseñando a leer a algún analfabeto, su preocupación por la educación hacia los niños, etc. Nos encontramos frente a un escritor del pueblo, que se nutre entre las vidas del mujik, del obrero, del estudiante para crear verdaderos tipos literarios, aunque verdaderamente aquella no sea la intención llegamos a construir en nuestra memoria la imagen del ruso de finales del siglo XIX y comienzos del siglo veinte. Gorki admiraba a Tolstoi, aunque discrepaba de su mística religiosa y de aquello de la “no resistencia al mal”, que tan popular hizo en occidente al educador de Yasnaia Poliana.
Gorki sentó las bases del realismo socialista que sólo es una consecuencia del legado de todos aquellos que aportaron en él la mirada aguda del hombre de la nueva Rusia que germinaba por aquellos entonces. En 1861 se dio la libertad a los siervos, 1905 trajo el preámbulo de lo que sería la Gran Revolución Rusa, que finalmente sepultó el intento de libertar a la clase trabajadora, así lo confirman las masacres de Cronstandt y la purga posterior de Stalin. Llena de sacrificios humanos, la literatura también sacrificó la libertad de este escritor que comulgó con la política estalinista, quizás fue demasiado inocente, quizás demasiado dogmático. Lo cierto es que debemos apegarnos más a su obra que a sus ideas posteriores a la revolución, que dicho sea de paso me parecen demasiado partidarias al final de sus días, eso lo comprueban sus ensayos literarios. Ver la obra Máximo Gorki: Sobre la Literatura, en donde el autor nos relata los caminos de la nueva literatura soviética y nos hace dar un paseo por aquellas figuras que le dejaron un imperecedero recuerdo, entre ellos: Chejov, Esenin, Tolstoi y otros escritores europeos como Romaind Rolland.
Resulta interesante el artículo sobre Serguei Esenin, la manera de retratarlo, joven, lleno de vitalidad, un órgano sensitivo en la cúspide de su carrera y luego aquel desencantado poeta maldito, alcoholizado y díscolo ante una no menos poética y patética Isadora Duncan. Quien sólo aportaba una cuota de mayor dolor y angustia en el escritor suicida.
De Esenin, Maiakovski señaló, reprobando su acción : “el pueblo ha perdido a su resonante guitarrero borrachín” Un lustro más tarde Maiakowski tomaría el mismo camino.
Es así como se acercan a nosotros nuevos nombres, Gorki cita a Kropotkin, Kropotkin en su obra La Literatura Rusa: Los Ideales y la Realidad, nos nutre de un verdadero acopio de escritores, entre ellos Goncharov y su obra Oblomov, para hacernos participes de la decadente burguesía, y así tantos otros, que de verdad se necesitaría toda una vida para descubrir el caudal de aquella tierra llena de fuentes inagotables que se restituyen cada día.
Con Máximo Gorki ya tenemos tarea suficiente, demasiada madeja. Sabido es que la vida puede ser breve, pero el arte de este escritor se debe aprehender en la lectura de sus obras, Ahí está La Madre, Varenka Oleshova y muchas otras que aún no he podido conseguir para gozar de sus imágenes, pero lo claro es que si existe eternidad, ésta debe estar seguramente, en la trascendencia que cada palabra nos entrega y nos acerca a la comprensión de nuestras materiales existencias, Ars Longa, Vita Brevis. Cada cual elija su camino, sólo un guiño para aquellos que no quieran descuidar la conciencia histórica que nos previene un futuro.

NICOMEDES GUZMÁN Y SU OBRA



LOS HOMBRES OBSCUROS

Ésta, la primera novela de Nicomedes Guzmán, escrita entre 1937 - 1938 y publicada en 1939, a la edad de veinticinco años, recordemos que el autor nació en 1914, es dentro de su producción una de sus mejores obras.
En ella, se relata la vida de un lustrador, Pablo Acevedo, quien vive en un conventillo, este pequeño mundo suburbano, es donde se concentra toda la fuerza de su narración.
Dentro de este espacio, podemos presenciar la prosecución de acontecimientos que son aquellos que nutrirán el mundo del autor. Desde un inicio, y en un tono más intimista al que viéramos en González Vera, nos acercamos a la vida del protagonista, quien nos da un recorrido, y nos muestra a través de sus imágenes la dependencia en la cual habita, sin duda, un lugar plasmado de miserias y amarguras, dentro de las cuales la tragedia cubre con su densa manta las vidas misérrimas de sus moradores.
A través de una descripción llana e inteligible, el personaje nos adentra en su mundo, en donde viven todos aquellos seres que comulgan y experimentan las vicisitudes de la amargura y el duro vivir de aquellos que poco o nada tienen y que sienten como todo ser humano, las mismas inquietudes que cualquier otro: amor, anhelos, cariño, odio, celos, desgano y desilusión (ante la vertiginosa rueda del sistema capitalista que consume sus vidas en el día a día del trabajo explotador que lacera sus pulmones, sus anhelos y esperanzas).
Casi sin darnos cuenta llegamos a las fibras más íntimas del protagonista, quien se ocupa por mostrarnos a cada uno de los personajes que mora dentro de aquel arrabal, llegamos a hacernos parte de sus aflicciones, a comprender su pensamiento, a olfatear las miserias y la humedad en la que pueblan y viven, en medio de ese rincón olvidado por todos. La situación del joven Pablo es un tanto expectante, se siente cercano a los ideales revolucionarios, la mayor parte de los hombres que pueblan aquel conventillo son obreros comprometidos con la causa reivindicativa por los derechos de aquellos parias explotados. Obreros sindicalizados, trabajadores ferroviarios, mujeres que son tan obreras como los hombres, lavando ajeno, curtiendo sus manos en medio de la lavaza. En un primer momento notamos en el protagonista aquel deseo de observación, de aprendizaje, siente el ímpetu por ayudar, por solidarizar, pero se mantiene en un estado distante. Escucha a los obreros con los cuales se encuentra en un café, ellos discuten con total claridad la situación del proletariado, hacen alusión a los mítines del año veinte, se enarbola una preciosa apología en pro del poeta José Domingo Gómez Rojas, quien fue encarcelado y torturado y como consecuencia de todo aquello enloqueció y murió, dando su vida por la clase trabajadora. Sentido homenaje de aquellos que nunca lo olvidaron y que nunca lo han de olvidar.
En medio de esta discusión, de la cual el protagonista sólo participa como oyente, se van desgranando por medio de los oradores sendas defensas de posiciones con respecto a la realidad de aquella época, por un lado Robles, un trabajador que había dado años de lucha por la causa revolucionaria se muestra y hace notar su desencanto, en cuanto al llamado a unidad de los trabajadores, una especie de nihilismo pareciera incrustarse en su discurso, mientras que su compañero González, el ferroviario ve que la clase necesita de la unidad y de la fuerza que sólo el mismo proletariado puede infundir a la lucha que se ven llamados. La situación es tensa por momentos, cada uno de los hombres esgrime sus razones, que no dejan de ser alejadas de la realidad, por un lado Robles le señala a su compañero que mientras son pocos los que se desgastan ¿qué ocurre con el resto de los trabajadores al momento de actuar? Nada. Se responde. González por su parte le señala que cada uno está llamado a contribuir en lo que significa la causa. Ambos gozan de cierta razón, sin duda. Ambos hablan de experiencias vívidas, que hasta el día de hoy tienen y mantienen a la clase obrera en un estado de cierta quietud. El trozo recuerda en cierto momento a algún opúsculo de Errico Malatesta, que bien podría ser En el Café o Entre Campesinos.
A la luz de las discusiones, Pablo siente ese deseo de expresarse, sin embargo, la experiencia de aquellos dos obreros termina por opacarlo y calla.
Surge la figura de una mujer, Inés que viene a traer al protagonista la inquietud que significa el amor. Uno de los primeros encuentros se produce en el conventillo, en la fiesta que da un viejo para celebrar su onomástico. Sin muchas ganas de seguir al viejo, y más por compromiso que por deseo, se allega a la casa de éste y en aquel lugar queda obnubilado ante la presencia de Inés, que es cortejada por un “colorín” que acecha a su presa sin darle tregua. El joven observa, siente celos, pues dentro de sí se ha enconado aquella raíz de la cual no podrá jamás desprenderse y que traerá aparejada un sinnúmero de situaciones que nutrirán la novela.
Más allá de hacer un comentario de cada uno de los momentos que desarrolla el relato, es preciso centrarnos en la relación de Pablo e Inés que pese a todo, es el nudo que une de modo más fuerte esta obra.
Inés, es una joven trabajadora, una muchacha que siente en su piel el calor de la primavera, Pablo la corteja, conversa con ella, su belleza lo deslumbra, la admira. La joven, en alguna situación lleva sus zapatos para que él los lustre, el joven presiente que algo nuevo se gesta en el corazón de aquella hembra así como en el suyo. No contento con lustrar sus zapatos, va remendando el cuero de uno de ellos, la joven va a buscarlos, lo mira, se miran, le agradece y le tiende una moneda, él, orgulloso, la rechaza, pero luego la acepta, es el juego de los nuevos amantes. Poco a poco, en ambos comienza a crecer ese lazo que sólo separará la muerte.
Entre la cotidianeidad de sucesos que atiborra el conventillo, la muerte no se muestra lejana. En una de sus piezas vivía un viejo alcohólico, bonachón y viudo que había sido uno de los forjadores de una organización gremial, era un viejo pequeño, gordo, que cada vez que se emborrachaba llenaba de dulces y caramelos a los niños que vivían en ese particular recinto. El viejo murió, quizá de pena, de soledad o de desesperanza, lo cierto es que ante este acontecimiento todos los moradores sintieron la perdida que produce la partida de alguien que sacrificó gran parte de su vida al movimiento obrero.
Ante esta situación, es necesario hacer un paréntesis, ya que aún hoy en día mueren hombres nobles y entregados a una causa de la cual sólo son instrumentos, llenos de abnegación, y la mayor parte de las veces no existe tal reconocimiento, son ignorados en su lucha, el recuerdo lentamente decrece, cae y el olvido tiende su voz de espanto en la riqueza de una vida que se lleva el viento y la tierra. Por esos hombres, por los olvidados, por todos los trabajadores que han entregado años y años de sacrificios, es necesaria la lucha, la lucha vindicativa, cimiento y voz de los postergados.
Sucesos tras sucesos, la obra se va llenando de desgracia. Un número significativo de personas llega al conventillo, provenientes del norte salitrero, familias pobrísimas, entre ellas la Gringa Pobre con su hijo, que representan a una casta más baja en cuanto a sus valores, que bien podría ser tildada de lumpen proletario. Todos ellos vienen a engrosar el cúmulo delos renegados que pueblan las áreas más suburbanas de nuestra realidad social, hecho que aún no concluye.
Así como el gallo canta todas las mañanas y el sol vuelve a brillar sin exclusión para nadie. El conventillo reanuda su curso cada día, Pablo sigue los pasos de su amada Inés, quien se enferma siempre un poco más, esa tisis que carcome sus pulmones en el silencio de su interior, se niega a ser víctima, vive cada hora en el silencio que engrandece a quienes pueden luchar desde aquel lado peor de su costado, esto representa en ella una muestra de lucha por el deseo de vivir. La tos y la hemorragia callada, la dulzura de una mirada enriqueciendo una vida, su amado, quien no pregunta por no llevar más aflicción a aquel pecho, sin embargo, se duele, se muerde, se silencia, se reprime, esa es la realidad que lo ha acondicionado, ese es el sistema en el cual se mueve y vive.
La vida sigue su curso, el amante vuelve a los pasos siguiendo el aroma que rocía su mujer, sin el beneplácito de los padres de la muchacha, los jóvenes consuman su amor en el Hotel la Marina, viviendo un minuto de alegría que sellará por siempre aquel amor puro que se han confiado.
Posteriormente, viene la persecución en “pro de la limpieza”. Muchos hombres, mujeres y niños son llevados a desinfectarse de piojos y bacterias al Regimiento Cazadores, lugar habilitado para dicho proceso, todo resulta ser una humillación. Son llevadas familias completas a una desinfectación, en la cual se hace abuso de los derechos más íntimos del ser humano, todo ello movido por aquel afán del gobierno por extirpar los piojos de la sociedad, lo que trae aparejada la muerte de muchos que son acarreados hasta aquel recinto. ¿Quiénes son los piojos en sí? ¿Con quién se pretende acabar? Son preguntas que surgen de la lectura en cuestión.
Inés muere, la tuberculosis ha vencido toda su lozanía, Pablo siente esa perdida como parte de su muerte misma, en el ínter tanto ha muerto un gran número de personas que habitaron el conventillo, entre ellas la madre de su amigo Robles, la muerte ronda el lugar. La angustia, las vidas.
Su amigo Robles le ha ofrecido un trabajo en una empresa, el paso del tiempo y el recuerdo vivo, lo hacen sentirse más hombre y más comprometido en la carrera por la revolución.
En una de las últimas conversaciones se apela a la cultura, a la falta de conocimientos que presenta la clase trabajadora. Ante esto, debiera surgir la necesidad de educar e incentivar la creación de la cual está provista la masa proletaria, ya que en la realidad ésta sólo muestra una intuición e instinto, sin objetivos claros, sin muchas proyecciones ni aquel asidero que las contenga. Para ello, es necesario que dentro del mismo conglomerado surja aquel deseo por allanar y encauzar ese camino, sin prejuicios ni egoísmos, los cuales llevarán al hombre a ser un ente autónomo lleno de esperanzas y prontos a acciones que puedan llevar a cabo esa sociedad esperada por mucho tiempo, y por muchos desposeídos, dejando de lado aquella sociedad burguesa y corrupta, viciada, que maneja los hilos de la sociedad actual sumiendo al grueso de la masa en una automatización de la cual ni siquiera muchas veces tiene el tiempo de enjuiciar ni darse cuenta.
Con esto sella la obra nuestro autor, sin duda, una verdadera apología a la clase trabajadora, fermento en donde se incuba la verdadera esencia revolucionaria, lo cual se evidencia claramente en las citas que a continuación señalamos:
“Las autoridades son una pura mierda” y “El porvenir de la humanidad nace desde abajo.”
Estos, resultan ser dos aciertos incuestionables. Es necesario conocer, llegar a las fibras más íntimas de lo que somos, toda experiencia es aprendizaje y esta novela, en su esencia alberga todo un espectro de situaciones, sucesos y acciones que nos llevan a mostrarla como una de aquellas obras que se destacan dentro del ideario de los escritores de esta tierra, tan olvidadiza de su historia, y de sus consecuencias.
Por otro lado, surge la necesidad de hacer hincapié en las canciones que se mencionan dentro de la novela, la mayor parte de ellas conocidas por aquel que tenga un bagaje mínimo dentro de la cultura folclórica de nuestra sociedad, así podemos recordar temas como el Canto a la Pampa de Francisco Pezoa: Canto a la pampa, la tierra triste, y muchas otras como el : Hay un pájaro verde allí en la esquina..., o alguna otra de carácter menos folclórico, y mayormente politizada, como: Agrupémonos todos. Así, este es el mundo iniciático que creó Nicomedes Guzmán y del cual nos ha dejado una simiente que pueda ser el alero de las nuevas generaciones.
Manuel Rojas, en su Breve Historia de la Literatura Chilena, nos dice respecto a la obra de este autor: “ Obra que describe tipos de bajos fondos y tendencia política. Constituyó un éxito. Su lenguaje estaba de acuerdo con sus personajes... En suma Los hombres Obscuros, donde hay menos política y más adecuado lenguaje, es su mejor obra. Allí, Nicomedes Guzmán relata uno de los idilios más tiernos y conmovedores de nuestra novelística; lo sitúa en un conventillo, lo hace animar por dos muchachos de miserables condiciones de vida y de trabajo y le coloca el agitado trasfondo de la insurgencia proletaria”. Cita ampliar.
Ante el juicio de Nicomedes Guzmán, uno de nuestros grandes narradores, debemos decir, que la obra de éste, si bien es una de las mejores de su producción, como señala Rojas, no por ello deja de tener gran valor el resto de su obra. Muchas veces el lector no hace hincapié en la forma, en la estructura, en el lenguaje y esto lleva aparejado el deseo de inmiscuirse hasta lo más hondo en el deseo que pretende proyectar el autor, lo cual motiva a impregnarse en la obra, tal cual es, con su lenguaje, con sus aciertos y sus defectos que sin lugar a dudas los tiene, pero su contenido sigue manteniendo la vigencia y trascendencia que cada obra que se precia de ser tal, debiera tener.

Ver:
Guzmán, Nicomedes, Los Hombres Obscuros, Empresa editorial Zig-Zag, Sexta Edición, 1964, Santiago, Chile.Rojas, Manuel, Breve Historia de la Literatura Chilena, Empresa editorial Zig-Zag Primera Edición, 1964, Santiago, Chile.

PABLO GARCÍA, POETA


PABLO GARCÍA, POETA

Hace ya más de medio siglo atrás, cincuenta y cinco años más exactamente (1951) el escritor chileno, Pablo García Meguillanes publicó un poemario titulado El Estrellero Inútil, obra que no tuvo mayor repercusión en el ideario literario de aquel tiempo, pero que sin duda deja entrever algunos aspectos que el narrador consagraría más tarde en sus novelas, entre las cuales se cuentan; El tren que ahora se aleja, Los muchachos y el bar Pompeya, La noche devora al vagabundo, La tarde en que ardió la bahía, Jinete en la lluvia, entre otras.
García, más conocido por su faceta de prosista o cuentista (ver Los mejores cuentos de Pablo García, Editorial Zig Zag.) si es que a esta fecha alguien más lo recuerda, plasmó en su Estrellero Inútil, las angustias de un ser existencial, recordemos que por aquella época Camus publicó El Extranjero, situación no menor en las letras universales. Imbuido de una melancolía desgarradora, el poeta nos sitúa en el entorno de un ser consumido por la amargura, en donde el desencuentro amoroso y la soledad cobijan las blancas páginas que surgen de su desencantada pluma, pero esta necesidad de expresar su estado anímico no es sólo con un fin catártico, en ellas se experimenta la desolación del hombre puesto en medio de una sociedad que no muestra mayores salidas y en la cual la esperanza es un juego de palabras que pareciera ocultar un enorme vacío tras esa descolorida tinta que cubre la angustia, aquella angustia que sobrepasa los espacios del tiempo y que perdura hasta el día de hoy.
Es así como da inicio en su texto a Cinco relatos desvergonzados, en donde cada poema adquiere el tono de una historia circular, cruda y realista que nos sugiere el desdoblamiento de quien se observa y enuncia las miserias del contacto sexual, agónico, cansado, mortecino. El hablante es quien se muestra descarnado y carnal, desconsolado y suplicando el consuelo de quien seguramente no podrá comprenderlo jamás. Un hombre triste que asume su tristeza, que repara en el entorno insensible que conversa de negocios mientras el se enreda en su angustiosa soledad y en su profundo pesar.
Sincero y sensible cada palabra es la nota de un sistro melancólico. Retóricas preguntas que nos invaden en algún momento de nuestras vidas, que nos devanan el seso de aquello que pudo ser y que no fue.
Al igual que Leonidas Andreiev, cuando nos remece diciéndonos. “Buenos días a todos los cansados de la vida”, Pablo García nos sugiere: “Yo soy apenas un hombre cansado de vivir”. Qué fatal pero profunda afirmación de quien en aquel latente estado ve como se cierran las puertas y cuán solo se sumerge en un oscuro laberinto. Y es imposible que no nos llame la atención aquella forma narrativa de construir sus versos, con la clara y simple necesidad de expresarnos, con su estilo, aquello que desgrana su sentir.
En su segundo poema, titulado “Yo no puedo hacer el amor con veinte pesos”, se nos revela aquella voz erótica de quien sólo quiere gozar del momento abjurando de todo el entorno, de toda la hipocresía que merodea en las cabezas de quienes se piensan tan moralistas, y es que el hablante siente las culpas de una sociedad que vive entre este doble discurso, lo cual queda de manifiesto cuando leemos el siguiente pasaje: Yo no puedo hacer el amor con veinte pesos / y luego hablar de cosas dignas / Y decir: “amor mío te quiero”
Para esto el hablante nos sugiere que es necesario escuchar la canción del goce, del amor no mutilado, aquella que ya se ha liberado de los prejuicios externos y que no conducen nada más que a una pérdida del verdadero amor.
Luego el poeta se cuestiona el tiempo perdido en el inútil pensamiento, mientras alerta el amor espera, perdiendo tiempo en el tiempo, dejamos abiertos los sentidos para sumirnos en el toque de tenues y suaves caricias que nos da su palabra, en donde levemente flotan los crueles suspiros que atormentan al hablante. Entregado al trance de amar, quizás sólo en un momento eterno, que abre las puertas de una loca melancolía, su susurro envuelve los sentidos invitándonos a compartir, a dormir en el mismo lecho en donde luego del amor carnal crepita el fuego leve del cigarro que se consume. Poema oscuro, melancólico, gris, que concluye en el ensayo de un beso, mientras el poeta pierde el tiempo en largas divagaciones. ¿Qué más es todo esto? Sino un suspiro eterno, una agonía en donde el sufrimiento de quien siente y se duele en todo su ser nos proyecta el ensayo cotidiano de la vida. Sentido y sin sentido de lo que realmente somos. Capacidad de expresar lo que se piensa, lo que se siente, todo el instinto que nos arroba y nos hechiza.
Tañen las campanas, perdido está quien busca un norte, todo se torna caricia fugaz, próxima despedida, la síntesis de un viaje, el viaje de quien sabe que pronto ha de expirar, fenecer. Precariedad de la vida, inutilidad de vivir sin saber vivir. El ensayo cotidiano es la prueba fiel de que estamos siendo. De que debemos amar sin cuestionarnos en el momento que amamos, pero sabiendo que somos seres racionales, camino de contradicciones y de enfrentamientos, enfrentándonos con nuestra naturaleza, apurando los minutos del placer, para poder vivir verdaderamente, entregando cariño, sintiendo placer, viajando en medio de la geografía voluptuosa de la mujer, succionándonos, en el compromiso de la vida. Antes del pitazo del tren, en donde se anuncia el terrible doblar de las campanas.
Los cinco relatos desvergonzados, se cierran con el poema Cuántas veces cansado, amargado, olvidado de todos... en donde el poeta nos introduce en su entorno de oscura soledad, de aquella soledad en la cual más de alguna vez nos hemos sumido todos, sí, aquella en donde hemos perdido a la mujer que amamos y debemos de vivir un luto, fugaz o duradero, pero luto al fin y en donde debemos volver a nuestro rincón a reencontrarnos con la soledad de nuestros objetos que en algún minuto significaron parte de dos y que en el tránsito de la soledad, solo son un recuerdo para la borrachera cotidiana de la melancolía. Descripción de objetos, remembranzas, culpabilidad, lo difícil del silencio que nos acompaña. Estado eternamente triste que dura lo que dura el sentir en el alma, quizás eternamente y la clara euforia de no querer olvidar los recuerdos, porque el paso del tiempo demuestra cada vez más inclemente, nuestra naturaleza y las horas nos mutilan y nos desgastan como aquel tísico que echa afuera en oleadas de sangre sus pulmones, la rabia nos hace vomitar aquel dolor enorme que nos carcome por dentro y aquella soledad que solo se disipa sobre las carnes de la cortesana, de la emperatriz del placer, aquella que dicta nuevamente un trance en donde ciegos y locos erramos como penitentes, para saber que el corno lácteo del cual surge la vida lleva algo de nuestro ser, que se desmigaja en la soledad eterna de la mecánica de la naturaleza.