viernes, 31 de agosto de 2007

LUIS CORNEJO Y LOS AMANTES DEL LONDON PARK


LOS AMANTES DEL LONDON PARK

Esta novela de Luis Cornejo, escrita en tercera persona y que relata la relación amorosa de Pedro, (un mecánico cuyo oficio cotidiano es manejar la rueda Chicago del parque de entretenciones London ubicado en Valparaíso) y Rosalía, una joven prostituta que se vende a los marinos extranjeros (noruegos, alemanes, etc) en el Rolland Bar.
La historia es sencilla, Pedro es un obrero bohemio, con muy poco cariño por desempeñar el trabajo que realiza, más bien sin presentar una sola muestra de deseo, siempre presionado por don Eustaquio, el dueño del parque, quien al parecer sólo se preocupa de recibir el dinero por sus juegos y de paso explotar un poco a sus obreros, dentro de los cuales también se encuentra el compadre de Pedro, Ruiz. Éste, de carácter más pasivo y al igual que Pedro un bebedor contumaz, pero con aquel aura de sometimiento y temor por quedar en la calle, es del tipo de persona que acata las decisiones de quien se muestra más fuerte.
Pedro sólo es un autómata dentro de su trabajo, sin embargo, niega todo compromiso. Y que puede si no reconocer el absurdo de su vida por lo menos intuirlo, el tedio y el fracaso en sus días de pobre, lo llevan a anidar una idea que lentamente comenzó a ganar espacio en su mollera y que en sus estados de borrachera le llegaba a mencionar a su compadre: “un día de estos le prendo fuego al London Park”.
Sin embargo, lo esencial no radica tanto en el carácter impulsivo de Pedro, o tal vez en parte sí, ocurre que uno de aquellos días, luego de la jornada laboral ambos compañeros y compadres las emplumaron con rumbo al restaurante de Don Paolo un bachichi que les ponía unas cuantas botellas al fiado. Los hombres beben, se embotan, son dos cueros vineros abrazados uno junto a otro, deciden caminar y dirigirse con dirección a una carroza que está a unos metros de ellos, un paco se les acerca, los detiene por unos segundos, duda en llevarlos preso y como se da cuenta que tiene más que perder que ganar (ya que con el parcito en capacha los hijos del paco no podrían subir gratis a los juegos del London) decide indultarlos y les ordena que se marchen, Ruiz muy agradecido da un impulso a su compadre y emprenden la caminata.
Con poco dinero llegan al centro del puerto, es medio día y deciden apostar el resto del dinero en los pingos. Ganan mucho dinero, se visten bien, comen bien, beben del bueno y se van en busca de Rosalía, a quien Pedro había visto la noche anterior y de quien había quedado completamente prendido.
Cuento corto, se acuestan, gasta todo el dinero, le pide que se vaya con él no sin antes mandarse un numerito de macho ofendido. La mujer accede y se marchan al cuartucho donde mora Pedro. Pobrísimos, la mujer se desvive por su hombre, plancha, lava etc. Su juventud se comienza a desvanecer sin darse cuenta. Pedro cada día más celoso siente el temor de que Rosalía vuelva a reincidir, en algún momento la ve conversar con algún vecino y siente que lo cela y está pronta a engañarlo y dejarlo.
Vuelve a beber, a ser llevado por las olas del vicio y no siente la resaca que le golpea la cerviz cuando ya está nuevamente ebrio. Comienza a llegar tarde a casa, cada vez más tarde, hasta que una noche la Rosalía amante incondicional, casi. Sale en su busca no lo encuentra, bebe unas cervezas y se observa en el espejo del boliche, el tiempo a curtido su tersa piel, se ha marchitado sin darse cuenta al lado de ese hombre que poco a poco la comenzó a hacer sufrir, a postergarla, a olvidarla. Vuelve a casa se acuesta, duerme. Pedro regresa borracho se tira a la cama, ella lo golpea y mientras tanto va descubriendo aquel olor a puta barata que desprende la ropa del crápula. Llora, se siente traicionada y luego se marcha, ella había vivido todo aquello en su infancia y Pedro había asumido su fracaso, aquel fracaso impuesto por los celos.
Pasó el tiempo, Pedro cada vez más sumido en la borrachera, se encuentra con su compadre Ruiz y le dice a éste: sabe compadre “un día de estos le prendo fuego al London Park”.
El aspecto social siempre presente en los cuentos y novelas de Cornejo es sumamente interesante, aquellos personajes proletarios o lumpen proletarios son los seres que inundan y dan vida al mundo del novelista, éstos son parte de un cúmulo de postergados, a quienes nadie o casi nadie, les presta atención. Es la escoria de la sociedad, sin embargo podemos apreciar y vivenciar que aquellos personajes tomados de la realidad cotidiana, muchas veces llevan una carga de humanidad y sentimientos mucho más maduro e impregnados que otros. La diferencia de clases es contundente, de un lado los pobres y del otro los “jutres”.
Otro aspecto que llama la atención de esta breve novela es la virilidad y el machismo propios de los sectores bajos. Temas como los celos, el alcohol, la lealtad, surgen y demuestran el claramente un modo de vivir, son vidas comunes, de hombres sencillos, muchas veces olvidados en el tratamiento de la novelística nacional, recordemos que recién con G. Vera y luego con N. Guzmán el novelista se introduce y grafica esta realidad, algunos escritores anteriores bocetearon cuadros de conventillos, experiencias marginales dando sólo una pincelada a aquellos espacios pintorescos de nuestra sociedad.
Siguiendo la ruta de los anteriormente mencionados escritores, Cornejo ahonda un poco más en muestra realidad, presenta hechos descarnados y trágicos como lo hizo Nicomedes Guzmán o González Vera, estos hechos resaltan por sobre manera en su libro de cuentos Barrio Bravo.Si bien la prosa de esta novela es fluida y rápida, sin muchos eufemismos, queda flotando en la atmósfera de la memoria, una vez concluida la lectura, una sensación dispersa de conexión, algo que no permite unir en una sola gavilla todos los sucesos. Parece algo así como un diamante en bruto, tal vez un proyecto de novela que habría dado para más, ¿qué fue de Ruiz, de Don Eustaquio? Quizá demasiado para la imaginación, quizá un quiebre brusco, pero no podemos negar que la lectura de esta obra resulta ser un pie para el enriquecimiento del conocimiento más material de la conducta humana. Queda esa sensación de que no somos cien por ciento buenos, ni cien por ciento malos. El lector tiene la palabra.

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