viernes, 13 de junio de 2008


GOGOL EN CHILE A Hermenejildo David Valero Armijo

Siempre escuché que debía leer a los rusos. De hecho mi padre era un lector contumaz. No sé muy bien si él me procuró el ansia por la literatura o fue su yerno, más me inclinaría por el yerno, que en aquel entonces, cuando yo solo tenía doce años me embistió con una novela de Dostoiewsky. Antes no había leído prácticamente nada, solo el silabario hispanoamericano en el colegio. Aunque fui un muchacho tranquilo y más bien introvertido, miré con cierto desdén aquella novela, que era Crimen y Castigo. Sin embargo fue para mí como un remezón, un fuerte golpe que no entendí demasiado. Pese a mis cortos años, logré ver o dilucidar que había algo bello entre las palabras que ahí se anidaban. Lo leí de un tirón. No dormía lo suficiente, me comencé a preguntar por qué mi cuñado me habría pasado tal novela, pero nunca, jamás se lo dije, en esa corta infancia. Sólo después, cuando ya era mayor. Cuando ya había cumplido los veintiuno. Pero a esas alturas ya daba lo mismo, puesto que me encontraba enfrascado en otras lecturas, más cercanas a mi realidad o más atingentes. Sí, me sentía viciado por la enorme biblioteca que tenía mi ponderado amigo Hermenegildo eso no resta mayor importancia a estas palabras, porque fue él quien gatilló implícitamente mi pasión por la lectura. Hermenegildo padecía el mismo mal o bien del cual se ven angustiados los viejos libreros. Es decir, después de leer con profusión sólo intentan hacer acopio de lo mejor, de aquello excelso que entrega la literatura. O al fin y al cabo, de aquello que los medios signan como la mejor literatura. Nada más hermoso y ruin. Hermenegildo se convirtió para mí en un Quijote que buscaba deshacer los entuertos que yacían entre las páginas inacabables de toda la literatura universal. Su selectiva visión autodidacta, lo encumbraba sobre muchos otros ponderados críticos de nuestra literatura. Es cierto que creía más en él que en un Hernán Díaz Arrieta o que en un fatuo Camilo Mark, para mí, su palabra siempre fue verdad, un dogma en donde se centraba el nihilismo, el materialismo dialéctico y la esperanza para los que deseaban no morir desesperanzados.
Hermenegildo me dio la clave. Abrió la puerta con su ganzúa feroz para que pudiera bucear en el enorme e inacabable lecho de un mar lleno de vastedad.
Por aquel entonces, miraba sus rumas de libros, sus relojes, sus diarios con noticias añejas y que rezumaban desesperación y ansias por rescatar de la ignorancia las fuentes claras de una historia que se diluía por las manos de todos, de todos aquellos que en parte sentían inquietud por rescatar parte de aquella memoria colectiva que él guardaba. No es una tarea menor ser el acopio intelectual para aquellos mendicantes de intelectualidad, que la más de las veces vuelven siempre a las mismas fuentes a nutrirse de experiencia y recursos que nadie más podría nutrirlos.
Hermenegildo es un ser enormemente honesto, una suerte de Gorki en estos días, que cobija a los más angurrientos espíritus de una época en donde se intenta claudicar con toda la esencia de la naturaleza realista y social. Sumido siempre en su estado de misántropía, Hermenegildo nunca me habló de Nicolás Gógol, no sé por qué, ha de ser que admiraba demasiado a Dostoiewsky, pero tampoco me dijo nada de Tolstoy, o de Turgueniev, conocería mi cuñado a Goncharov. En una época condicionada, sólo pude amar a Feodor Mijailovich Dostoievsky, pero me perdí de conocer a muchos otros, como: Goncharov, Turgeniev, Nekrasov, Gógol, etc, etc, etc.
Pero bien, es cierto que Hermenegildo no posee responsabilidad alguna y de más está decir que fue él quien abrió una vertiente que no se acaba en esta vida que poseo y que agradezco y sinceramente a él que me entregó los primeros instrumentos para comprender las bases de la experiencia literaria.
Razón por la cual he comprendido en mayor profundidad a Máximo Gorki, puesto que he sabido descubrir en el silencio mayor las menudas y consistentes fuentes en las que se nutre la experiencia del ser humano. Hermenegildo me conminó a trabajar, y no digamos que a un trabajo agradable o seguro, no. Simplemente fue en una empresa y ahí ambos estuvimos, recuerdo sus enseñanzas como un bálsamo vivificador que no lo ha tenido ni siquiera el mejor de sus hijos, es por esto que me siento amalgamado a él. Un hombre completo, que merece ser recordado por quienes lo conocen y lo admiran y por sobre todas las cosas, por su amigo de viaje, que es como me siento ahora.

LA SOLUCION A GOGOL

Para poder lograr mi acercamiento al poeta y escritor Nicolai Gógol la tarea fue bastante dura o como dirían los argentinos, brava. Hago alusión al símil lingüístico debido a la sencilla razón de que en Santiago no pude encontrar una sola obra del escritor ruso. Luego de los alcances extraídos de la obra de Kropotkin, La Literatura Rusa: Ideales y la Realidad, sentí el impulso irrefrenable de estudiar con mayor profundidad la obra del autor de Almas Muertas, El Inspector General, etc.
Programé una visita a Buenos Aires, que paraa los inicios de enero eran aires calurosos, pero a la vez otros aires, aires de descanso, aires de armonía, de solaz. Una vez instalado en el Hostal en donde se congregaba la diáspora de diversas nacionalidades, decidí encaminarme al centro de la capital federal, transité por Corrientes, Florida, hurgué en librerías de viejos con el propósito de encontrar como siempre algo que en Santiago se hace difícil de hallar o caro de adquirir. Justamente en la primera librería en la cual me detuve junto a mi mujer, a quien le indiqué que si veía algún libro de Gógol o Goncharov, me avisara enseguida. Mientras minuciosamente miraba aquella gran cantidad de libros, leía sus títulos y hojeaba sus páginas, mi pareja se acercó y me dijo, esto es lo que buscabas y me extendió un voluminoso libro azul de buena encuadernación. Miré el lomo de éste y leí: Nicolai V. Gógol, en preciosas letras doradas. Por su estado y conservación pensé en quizás unos cuarenta mil pesos chilenos, cifra que ya me habían advertido los libreros santiaguinos si contaba con la buena suerte de dar con el paradero de alguna de las obras completas de este escritor, pero para suerte de quien escribe este pequeño texto, grande fue mi sorpresa al descubrir por boca de mi mujer que ésta, las obras completas, estaban a un valor casi irrisorio de diez pesos argentinos, lo cual significaba que haciendo la conversión en moneda chilena, el libro costaba mil setecientos sesenta pesos. Casi me desplomé de la impresión. Lo cogí con celeridad y abrí una de sus páginas, la primera, para corroborar si el precio que me había dado mi buen ángel era el verdadero y dicho y hecho, así no más era. Debo señalar, es cierto, que el resto de los libros que miré ya no me atraían lo suficiente, pues sentía dentro de mí que algo se comenzaba a sellar, un capítulo de interminable búsqueda infructuosa que me había desazonado enormemente en mi recorrido por las librerías de Santiago. Con el libro en las manos pagué aquellos diez pesos, el tendero me sonrió y fin de la búsqueda.
Cuando salí de aquel lugar aún no dejaba de pensar en el costo de aquel libro, mil cuatrocientas páginas, papel de arroz o papel biblia y a ese precio. ¿Qué ocurría en mi país? Pensé, por qué razón los libreros de Santiago, como en un acto de completo automatismo me decían, ese es un libro difícil de encontrar y por lo tanto el precio debe ser alto: cuarenta mil pesos. Puede que si le faltaran algunas hojas o su encuadernación estuviese deteriorada se bajaran a unos veinte mil, pero de ahí a mil setecientos pesos, no, eso nunca. Más aún si demostrabas interés por conseguirlo, no se restarían a nimiedades, no. Quizás hasta aumentarían su valor. Por qué razón ocurre esto, ah, la ley de la oferta y la demanda y es claro que quien tiene algo preciado para otro intentará sacar el máximo de provecho para poder desasirse de aquello que os interesa. Sea esta o no la respuesta, pensé muy mal de mis queridos compatriotas tenderos de librerías. Quizás por ello viajé a Buenos Aires con el velado propósito de traerme algunos buenos libros, aunque es mi deber reconocer que jamás pensé en encontrar este libro en especial.
Al día siguiente, caminamos por el centro de la Av. Corrientes, luego sin querer llegamos a Av. Callao, no sé cómo, pero de pronto frente a nosotros vimos la librería Antígona, entramos y luego de ver gran cantidad de interesantes libros me decidí por adquirir tres títulos: Sobre la servidumbre voluntaria, de Esteban de la Boétie; La revolución de Gustav Landauer y La estética anarquista de André Reszler. Eso sí, esta vez, pagué un poco más por estos tres libros, 61 pesos, o sea, algo así como diez mil pesos chilenos, digo esto para que se formen una idea general de lo barato que es la literatura en nuestro vecino país y que dicho sea de paso podamos hacer algo para poder rebelarnos ante tan altos costos por los libros que se venden en nuestro país y en donde además y este es el tema profundo no se publica o edita texto alguno que pueda ser considerado atentador contra el statu quo de este sistema. Más aún se lo relega al olvido o bien se lo omite puesto que es y representa el caldo de cultivo en donde el individuo pueda formarse una conciencia clara y así poder tener las herramientas para enfrentar directamente las condiciones impuestas de aquellos que detentan el poder político, puesto que sin educación y sin cultura para ellos es más fácil regir a toda una manada de ovejas que no sabe o no tiene los argumentos necesarios para disentir.
Sin la intención de querer desviar el camino, diré que comencé primeramente La estética anarquista de Reszler y entre los ensayos que iban descubriendo toda mi ignorancia frente a los temas de interés ideológico y social de los cuales carezco y ansío estudiar afloraron obras como las de Rodolf Rocker; Nacionalismo y cultura, ¿Qué es el arte? De Tolstoi y muchas otras, pero Reszler hace un alcance que me pareció interesante nuevamente sobre una obra de Kropotkin, que al parecer se encuentra en Palabras de un rebelde, cito del texto de Reszler las siguientes palabras de Kropotkin.” El escritor ruso debe inspirarse en Gógol, que ha demostrado a sus discípulos como el realismo puede subordinarse a los más altos fines, sin perder nada de su fuerza o dejar de ser representación fiel de la vida”.En los ensayos de Reszler, se analiza con detención el tema del poder y la cultura, según palabras de Rocker: a mayor poder, decrece la cultura. Kropotkin señalaba que el escritor debía acercarse al pueblo, ser parte de él. No ser el escritor del pueblo solamente sino el escritor del pueblo y por el pueblo, puesto que la burguesía sólo se ocupó largo tiempo de representar las carencias de éste tomando la distancia necesaria y sin formar parte de ésta.
Aunque este alcance sólo sirva para demostrar mi necesidad de acercarme a la comprensión de aquello que cada día nos está pareciendo más lejano y que es simplemente la necesidad de poder actuar en medio de este medio como un “loco” ya que de aquello seremos tildados aquellos que nos alejemos del poder y francamente nos mostremos carentes de este deseo de gobernabilidad y de sumisión. Para ello, es preciso acercarnos a la necesaria reconstrucción de nuestra memoria histórica, de nuestra cultura, que es en fin, el verdadero golpe argumental que se debe asestar a las inconscientes y estúpidas castas que detentan el poder, y como ultimo fin devolver aquello que pertenece a todo el pueblo, la necesidad de expresión en completa libertad de aquellos ideales que quisieran promover, luego que esta sociedad y sistema en donde pocos tienen demasiado y muchos carecen de todo. Cultura es el término que debemos alimentar, conciencia es la tarea que debemos crear, para en igualdad de condiciones poder disfrutar y aprovechar aquello que hoy sólo unos pocos pueden comprar o adquirir y es menester que nuestra conciencia genere los caminos de apertura para instaurar espacios colectivos en donde el arte inmediato tenga su espacio. Puesto que todos somos en potencia artistas. De todos esos pienso que muy pocos si no ninguno puede expresarse con libertad frente a este monstruo enorme de fauces siniestras que intenta devorarnos a todos sin exclusión. Eso sí, a todos aquellos que estamos del lado opuesto a quienes hacen y ejecutan las leyes.
Verdaderamente veo que todo este preámbulo ha servido para hablar de dos temas que son cruciales en el ámbito de la obra literaria, por un lado de qué manera poder acercarnos a ésta, con qué medios. En segundo lugar, la necesidad de abrir los ojos a la comprensión de la obra artística, sus alcances y su significación.
Nicolai Gógol, 1809-1852, pese a su corta vida no fue un escritor malogrado, pues logró plasmar la mejor parte de sus posibilidades antes de morir. A esto debemos considerar que su primera obra debió ser arrancada de las vitrinas por el propio autor debido a la acerba crítica que se le prodigó, pese a ello, el autor perseveró y pudo plasmar en su narración la verdadera esencia del pueblo petersburgués, que dicho sea de paso poco o nada se ocupaban los autores en observar por aquel entonces, Gógol, cuenta con el apoyo de Pushkín, quien le otorga la idea para que el novelista cree con posterioridad su mayor novela El caso Chichicov o Almas Muertas, pero no sólo la novela será del cuidado de Gógol, nuestro autor también se detuvo en la obra dramática, en este alto, podemos señalar su obra de mayor alcance El Inspector, de la cual se han realizado múltiples ediciones, traducciones, representaciones una adaptación para el cine.
En nuestro país uno de los autores que ha profundizado en su obra ha sido Claudio Giaconni, perteneciente a la generación de 1950, quien escribió El hombre en la trampa, biografía crítica de Gógol, 1960.
Como todos los escritores rusos, Gógol nos orienta en su época, nos muestra con sencillez las costumbres y tradiciones del pueblo ruso, nos perfila tipos humanos, son reveladores en este sentido sus relatos de San Petersburgo, así como los personajes de Taras Bulba. Es importante develar las caracterizaciones psicológicas de los personajes que anidan en sus obras puesto que de esta forma comenzamos el viaje lleno de dificultades e impresiones que nos va enseñando la naturaleza de los seres que viven en aquellos parajes aparentemente tan lejanos a los nuestros pero que por vaya a saber que cosa se semejan tanto a los nuestros, algunos taciturnos, otros pendencieros, quizás algo exista entre estos dos puentes que haga que tanto nos identifique con la literatura de los rusos y en especial con este escritor que dio en su corta vida muestras de completa maestría en el arte de las letras. Gógol ha dejado su página escrita en la obra universal de los grandes autores literarios es por esta razón que se hace extensible para todos aquellos amantes de la lectura que den una mirada a las obras de este autor antes de que el tiempo cubra de polvo y olvido aquella magna obra que nos ayuda a comprender a los seres humanos de nuestra historia y de paso nos enriquece y nos hace comprender la naturaleza enrevesada que somos y que es el ser humano, con todos sus logros y carencias.

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