viernes, 13 de junio de 2008




2666 O LA NOVELA TOTAL


No es que parezca complicado referirse a una novela, lo es. Más aún cuando el lector se siente embriagado de aquel poder narrativo del autor que lo ha cautivado. Lo cual presupone a lo más juicios subjetivos, panegíricos literarios y toda suerte de hipérboles laudatorias en torno al mentado narrador. ¿Qué resta para los objetivos lectores cuando a todo esto se suma que el novelista ya ha muerto? De seguro pensarán que es un reconocimiento al trabajo que jamás en vida logró reconocimiento u aprobación general, puesto que es más que sabida aquella famosa frase de que no hay muerto malo. Pero pese a ello, debo reconocer que de Roberto Bolaño no había leído prácticamente nada, sólo algunos cuentos de su libro Putas Asesinas, que dejé a un lado puesto que algo en su ritmo no me cautivó del todo.
Después de leer los comentarios de su novela póstuma 2666 en el periódico The Clinic, de observar en aquella hoja el precio de referencia deduje que pasaría un buen tiempo sin conocer más de este narrador, pero el azar me llevó a comprar en una feria su libro Amberes, que aún no he tomado ni siquiera por curiosidad, simplemente lo compré por lo barato y porque además sabía que en algún momento despertaría aquella obsesión por leer a uno más de los narradores “chilenos”, aquel deseo se aplacó, en la búsqueda de lecturas que mi oficio requería. Caso curioso, para mí Bolaño ha trascendido ya las fronteras de nuestra literatura, pero eso lo explicaré más adelante.
Jamás imaginé que los amigos fuesen tan necesarios en esta vida, razón por la cual he cultivado este vínculo sólo con una persona, efectivamente quien me facilitó la novela de Bolaño y me instó a leerla inmediatamente. Asentí con el mismo entusiasmo que el me demostró por la lectura que él había hecho de la novela, pero al sentir el peso del libro en mis manos, algo se tronchó. Pensé que dentro del libro había un revólver, por su peso, pero no. Sólo 1125 páginas de una historia llena de intriga, crímenes, soledad, amor, esperanza-desesperanza, etc. Algo similar me había ocurrido con El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y al igual que lo ocurrido con el Quijote, saqué fuerzas de resistencia ocular e intelectual y me lancé en picada al libro. Ahora me pregunto, por qué no leí de un tirón Putas Asesinas y por qué ni siquiera hojee Amberes, siendo ambas obras de menor volumen.
Reconozco que todos aquellos escritores que se sientan a explicar su vida y sus obras en un canal de televisión me merecen enormes suspicacias. Bolaño no fue la excepción, recuerdo haberlo visto en el programa de C. Warkner, La Belleza de pensar, ya no sé que año, sí en la década del noventa. De aquella conversación sólo me quedaron grabadas tres situaciones, la primera cuando Bolaño reconoce que los libros son carísimos (en especial en Chile) y alienta en pantalla al robo de éstos en las librerías. Su deseo de robarle o quedarse con un libro o antología de poesía que el entrevistador se pavoneaba como su gran tesoro y finalmente lo incómodo que por momentos se sentía el entrevistador, aunque mirándolo a la distancia todo aquello logró en un momento determinado conspirar para alejarme de la literatura de Bolaño.
Llegó el verano del 2007 y mi amigo me conminó al claustro de las letras, fue así como comenzó mi acercamiento a la obra de Bolaño, es decir, 2666.
La obra está dividida en cinco capítulos, cada uno denominado las partes. En primer lugar se presenta la parte de los críticos, lo sigue la parte de Amalfitano, luego la parte de Fate, posteriormente una de las partes más densas y cansadoras del libro, la de los crímenes y finalmente la parte de Archimboldi.
Desde la parte de los críticos hasta la parte de Fate, la leí de un tirón, diría algo así como dos noches sin dormir, concentrado o reconcentrado en la novela, en donde surgían una serie de nombres, un gran cúmulo de información y una facilidad extraordinaria para narrar, como si el propio bolaño se hubiese mantenido en un trance hipnótico que lograra sugestionar sin ningún reparos al más díscolo de los lectores. Mientras leía pensaba, este tipo se las trae, se las trae y se las lleva, a qué se asemeja, Las Mil y una Noche, no. Paul Auster, puede ser, seguramente en la parte de los críticos, algo de aquella literatura me hacía ver cierta técnica o ritmo común, no sé cabalmente, pero un dejo a Auster había ahí. Luego la parte de Amalfitano, qué cantidad de recursos, pensé, que ambición más desmedida. El tipo este se contenta despanzurrando a toda la historia de la literatura. Es como si llegara con un corvo entre los dientes y se sintiera con la tarea del profeta que debe abrir las carnes de toda una historia para mostrar la esencia de lo que ha sido hasta nuestros días el curso de nuestra magullada existencia literaria (filosófica y literaria). Ahí se pueden apreciar los nombres de Hegel, Marx, Duchamp, Spencer, Flores Magón, etc. Por ABC motivos todos estos nombres son expuestos en la novela, no sin razón, cada uno forma parte del caudal de los personajes, y a la vez del narrador, quien denota ser una persona cultísima, un conocedor completo, cabal. Sin afanes de presunción, este recorrido entre mapuches, arios, hombre comunes y otros no tantos nos van orientando en la verdadera trama de la obra, una sociedad en la cual la decadencia se ha instaurado con necesidad de arraigarse. Se aferra en este prolijo cúmulo la desesperada inquietud por aquello que Camus llamaba el Absurdo, el vivir en una sociedad en la cual se ha perdido el norte pero aún siente el deseo de endilgar su paso, que no tiene sentido alguno y se aferra a la vida necesariamente con instinto animal. Ese instinto animal que a veces traiciona por no tener un objetivo claro, por carecer de valores por el hecho de estar cimentada en el vacío y en donde nadie puede sentirse como un parangón para poder hacer más de lo que su entorno le dicta o bien sus propias fuerzas, porque la sociedad está condicionada a sufrir en medio de este infierno que resulta ser 2666.

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